De vuelta en su oficina, Ricardo le envió un mensaje a Marina mientras trabajaba, esperándola tranquilamente.
Después de, por fin, deshacerse de Celeste y William, Marina caminó con cautela hacia la oficina del director del hospital, parecía tener miedo de ser descubierta. Miraba a su alrededor una y otra vez antes de entrar.
Tocó la puerta, la empujó y, al entrar, se encontró con Ricardo sentado en su escritorio, mirándola con una expresión infeliz.
— ¡Ay coño! — Marina se volteó de golpe, asustada por su expresión, y se llevó una mano al pecho.
— ¿Qué cara es esa? ¡Me asustaste!
— Me has estado ignorando durante días. ¿Cuánto tiempo más piensas ignorarme? Hoy, si no te enviaba un mensaje, ¿siquiera habrías venido a verme? — Ricardo se levantó de la silla y la acercó a su pecho para hundir la cara en su cuello, y disfrutar su fragancia. La había echado de menos en estos días.
— ¡Por Dios, basta! — Marina sintió cosquillas y trató de apartarlo con la mano.
—¡Ya vine a verte! ¿No se su