Al escuchar los comentarios de la gente, aunque Perla fingió una sonrisa, no pudo ocultar que no le hacía ninguna gracia el regalito.Porque estaba bastante segura de que todo esto había sido idea de César.—Perla, esta es la tuya, una comida especial solo para ti. ¡Tu esposo es un caballero en toda ley! —dijo alguien con entusiasmo, pasándole la caja más llamativa a las manos.La persona que lo dijo se sentía muy interesada y no paraba de hablar bien del supuesto marido de Perla.Ella suspiró con fastidio. Con esto, ya no iba a poder quitarse el tema de encima. Estaba segura de que seguirían hablando de eso en los próximos días.Tomó su celular y, con la comida en mano, se apartó del grupo. No se quedó a comer con los demás.Alguien la vio alejarse y preguntó con curiosidad:—¿Es que Perla no va a comer con nosotros?—Ay, ¿no viste que está en el celular? Seguro está hablando con su esposo, dándole las gracias. Por eso es que estás soltero, no te das cuenta de nada. Aprende, aprende.
—¿Teresa es tan independiente y se sigue aprovechando de su escándalo con César? ¡Yo creo que se hace la mosquita muerta, pero en el fondo es una trepadora!—¡Teresa no ha hecho nada malo! Todo ha sido culpa de esos paparazzi amarillistas. ¡Ustedes los hombres, cuando no pueden tener a una, quieren verla por el suelo!…—Yo recuerdo que Teresa, la gerente, fue al funeral representando al departamento, ¿no? ¿Por qué no sale en ninguna foto? —preguntó alguien mientras todos se reían de los comentarios. La relación entre ella y el director ejecutivo ya era un secreto a voces en la oficina.Una compañera miró a los lados, se acercó y susurró:—Escuché que cuando entró, Saúl la echó a patadas.—¿En serio? Qué vergüenza debió pasar la boba.—¿Y no ves cómo está todo raro en la empresa últimamente? Se la pasan regándola y criticándola.De repente, se escucharon unos pasos de tacones por atrás. Todos voltearon: era Teresa caminando hacia ellos. Enseguida, todos se callaron como si les hubieran
—No te enojes, no voy a ir —dijo César.Seguía en llamada, así que la niñera del otro lado escuchó perfectamente lo que acababa de decir.Hubo un momento de silencio.Él continuó:—Llama a una ambulancia. Que la lleven al hospital cuánto antes.¿Por qué estaría enojada? ¡Eso no tenía nada que ver con ella! Ahora sí estaba molesta.César colgó la llamada y la miró, con unos ojos que rogaban, como si esperara que ella le dijera: Vamos, dime que hice lo correcto.Perla apretó los labios, sin decir nada. Ya no le pidió que bajara del carro, solo dio la vuelta y pisó el acelerador rumbo al Hospital del Sagrado Corazón.Una vez allí, aparcó el carro, se bajó primero y, sin decir una palabra, le agarró el cuello de la camisa a César y lo arrastró fuera.—¿Perla, qué estás haciendo? ¡Suéltame! ¡No te enojes! ¡Te juro que no quiero ir a verla! —gritó él mientras lo llevaba hacia el edificio del hospital.Desde aquella vez, hace cinco años, cuando se reencontró con Teresa, ya lo había pensado m
—Trata de no ver noticias en internet. Ese tipo de cosas pueden empeorar su estado de ánimo —le advirtió el médico.Le dio algunas recomendaciones, pero no le recetó nada.Las heridas no eran profundas. A pesar de que parecía un intento de suicidio, había evitado heridas de gravedad. Cuando se cortó, su mente estaba clara, lo que indicaba que aún tenía control sobre sus acciones. No era una situación grave, era solo para llamar la atención.Hoy en día, cualquiera puede pasar por momentos de tristeza o pensamientos negativos. No era para tanto como para necesitar un tratamiento psicológico extenso.Desde el pasillo, la niñera escuchó la conversación y entró justo a tiempo para añadir:—La señorita Teresa se puso así por una noticia que vio en internet.—¿Todo esto por una noticia? —César se mostró confundido.La niñera sacó su celular y le mostró la nota que acababa de salir hoy en los titulares.—¡No, espera! —exclamó Teresa, intentando levantarse de la cama para que César no la viera.
Perla realmente no había estado pendiente de lo que pasaba en internet. Al llegar a casa, lo primero que hizo fue darse una ducha para quitarse el cansancio del día.Mientras tanto, Marina estaba sentada en el sofá del primer piso, navegando por las redes con entusiasmo. Le daba "me gusta" a cada comentario que insultaba a Teresa, y cuando se sentía con ganas, se ponía a responder ella misma.—Con lo lento que escribes, mejor pídele un favor a tu hermano y en un segundo te hago un programita que publique cientos de comentarios automáticamente —dijo Álvaro, que la observaba teclear con los pulgares como si fuera una batalla campal. Hasta él se cansaba solo de verla.Marina le lanzó una mirada de desprecio y se giró para darle la espalda.Mientras seguía actualizando los comentarios, murmuró confundida:—¿Eh? ¿Por qué ya no puedo comentar?El comentario que estaba intentando publicar era uno de los mejores que se le había ocurrido en el día.Salió de la app, volvió a entrar y actualizó…
Orión: …¿Cómo podía su hermanito ser tan inteligente y tan tonto al mismo tiempo?—Al día siguiente.Perla seguía ocupada en el salón de exposiciones. Al mediodía, otra vez recibió un almuerzo de lujo, acompañado de flores y una malteada especial.Las personas que también habían recibido almuerzo no tardaron en acercarse a agradecerle:—Perla, tu esposo es un amor. Todos los días te manda el almuerzo, ¡y hasta se acuerda de nosotros! Muchas gracias, mándale mil gracias.—Y hasta te mandó flores y una malteada para ti. Estar casado y con hijos, ¡y aún ser así de romántico! Hasta me está dando envidia ja, ja.Los halagos no paraban, pero Perla no paraba de hacer mala cara con disimulo. Todo lo contrario, una rabia silenciosa la quemaba por dentro.Entró al pasillo de seguridad, donde no había nadie, y marcó el número de César. Apenas contestó, le dijo con furia:—¿¡Puedes dejar de mandarme maldita comida, César!? ¿Tienes idea de lo molesto que es esto? ¿No sabes todos los problemas que
Perla terminó de lavarse las manos, se las secó y pasó junto a César, lista para irse.Pero antes de llegar a la puerta, él le agarró el brazo de golpe. En un segundo, la jaló hacia su pecho, rodeándola con un brazo en la cintura y el otro en la nuca.Se inclinó… y la besó de repente.El beso fue tan inesperado que Perla ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Pero al darse cuenta de que él la estaba forzando, empezó a luchar con todas sus fuerzas, empujando su cara y tratando de separarse.Se echó para atrás en un intento de escapar de sus brazos.Pero César la apretó fuerte, impidiéndole soltarse. No importaba cuánto se resistiera, él no se movía ni un centímetro.Poco a poco, la acorraló hasta tenerla pegada contra el lavamanos, besándola como si en ese gesto demostrara todo su arrepentimiento, su amor… y su desesperación.…No fue hasta que se sintió satisfecho que finalmente la soltó.—¿Podrías no volver a decir que quieres que me aleje de ti? No quiero irme. No puedo irme, no pued
En su cabeza, Perla se reprochaba una y otra vez.—¿Por qué demonios no usé tacones hoy? ¡Le habría destrozado la entrepierna de una buena patada!En el barrio Las Palmas, Marina ya estaba lista y bajaba las escaleras para su cita con Ricardo.Andi, con su ojo de halcón, la vio arreglada y guapa, y corrió a detenerla.—¿Tía, vas a salir con el tío Ricardo? ¿Puedo ir con ustedes un ratito?Orión, que estaba cerca, también la miró con ojitos brillantes, esperando que dijera que sí.—Vaya, Andi, qué rápido te acostumbraste. ¿Ya le dices “tío” a Ricardo? —comentó Álvaro mientras se acercaba, mirando con desaprobación la ropa de Marina.—¿Y tú vas a salir de noche con Ricardo vestida así? ¡Con falda corta y todo! ¿No sabes que una mujer debe ser discreta y de casa?—¡Más te vale que subas y te pongas un pantalón largo ahora mismo!—¡No tengo, imbécil! —replicó Marina, alzando la barbilla con terquedad. No le tenía miedo, y mucho menos en pleno verano, cuando no tenía ni un solo pantalón lar