Después de tanto joder, César acabó subiendo al carro.
No es que Perla tuviera ganas de llevarlo… es que ya no tenía tiempo. Por suerte, el edificio del Grupo Financiero Runpex quedaba de paso rumbo al evento de arte, así que no tenía que desviarse.
El carro se detuvo frente al edificio. Perla desbloqueó la puerta y fue directa:
—Bájate, por amor a Dios.
—¿No quieres ir conmigo un ratito? Yo…
Iba a decirle que en su oficina todavía quedaban cosas que ella había dejado antes.
—¿Puedes dejar de hacerla larga? ¡Me va a coger la tarde! —lo cortó, sin esconder su impaciencia.
—Ya… ya entendí. Entonces me bajo —César parecía un niño regañado. Justo cuando salía del carro, murmuró:
—Muchas gracias.
Cerró la puerta, pero se quedó ahí parado, en la banqueta, mirando fijo el carro de Perla, como esperando a que se fuera para poder moverse.
Perla lo vio por el retrovisor, suspiró y aceleró. El carro se alejó dejando atrás una nube de humo.
Mientras manejaba, bajó la ventana para sacar el olor que