Capítulo 8.
Las hojas secas crujieron bajo las botas de Selene mientras avanzaba por el sendero que dividía los sembradíos de maíz. El aire olía a tierra húmeda, a promesa de cosecha. El murmullo de las plantas al moverse con la brisa parecía acompañarla como si el campo también quisiera hablarle, contarle secretos antiguos que se habían quedado atrapados en las raíces.
Simón venía unos pasos atrás, con las mangas arremangadas y la mirada fija en el horizonte. Desde hacía un par de días tras la pelea con Elvira y Simón defendiendola, las cosas entre ellos habían adoptado una calma tensa. No se hablaba del beso, ni del roce de sus dedos, ni de las miradas cargadas de algo que no se atrevía a nombrarse. Pero el silencio compartido no era incómodo. Era más bien un terreno fértil donde algo más parecía germinar.
—¿No te molesta ensuciarte las botas que trajiste de la ciudad? —preguntó él, con una media sonrisa, como quien lanza una piedra al río para ver las ondas que genera.
—Supongo que ya no son d