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Capitulo 06 (Perfecta sintonía)

Pov. Val

Después de ese sexo oral que tanto necesitaba y disfruté, llegó el plato fuerte.

Lo mandé a sentarse al borde de la cama mientras me despojaba de la poca ropa que me quedaba, quedando totalmente desnuda, expuesta para él, para que se deleitara, para que me viera. Sentí un orgullo secreto al ver en sus ojos esa lujuria que gritaba que iba a ser de el.

Le pregunté:

—¿Quieres tocar?

—Sí —me respondió, con voz grave y ansiosa.

Le contesté, con tono firme:

—¿Crees que te lo mereces? ¿Crees que por haberme hecho ese sexo oral te ganaste el derecho?

—Sí, ama.

—Vaya, sí que tienes mucha confianza en ti —le dije con una sonrisa—, pero no. No puedes tocar. Solo puedes mirar. No apartes la mirada de mí.

Puse música y empecé a bailar al ritmo sensual que llenaba la habitación. Me dejé llevar, me acaricié lentamente, subí mis manos por el abdomen hasta llegar a mís senos los pellizque. Tomé mi cabello con una mano y con la otra me toqué, acariciando mi clítoris, mientras me estremecia.

Me llevó un dedo a mi boca, —mmm—, dije mirándolo directamente sus ojos estan cargados de fuego, pidiéndome, suplicándome que lo dejara tocarme.

Me acerqué a él y con la pluma recorrí lentamente su piel, desde el cuello hasta el abdomen. Sentí un gemido ahogado salir de su garganta, y me mordí el labio.

Seguí tocándome mientras bailaba para él, acercándome más, tentándolo a que me tocara, pero él no se movía, solo me miraba, como un buen chico.

Y no podía negar que me encantaba. Me encantaba cómo me miraba, cómo me recorría con la mirada, cómo me desnudaba aún estando desnuda. Me encantaba ver en sus ojos ese deseo tan intenso.

Entonces, poco a poco, me fui montando sobre él hasta que quedó recostado en la cama.

Con mis labios, le recorrí el cuerpo, y se le escapó un gemido ahogado, un gemido necesitado.

—¿Quieres tocar? —le pregunté.

—Sí —respondió apenas.

— ¿Qué parte? Escoge solo una.

Su mano fue directa a mi pecho izquierdo, apretó mi pezón, y yo gemí de placer.

¿Por qué me quema tanto? Porque me haces sentir cosas que hacía mucho no sentía , o que nunca senti... Pense.

Con la punta de mis dedos, rozaba su erección mientras bajaba la pluma por su abdomen. Él cerró los ojos, y le dije con firmeza:

—¿Quién te dio permiso para cerrar los ojos?

—Lo siento, ama —respondió.

—Por eso te voy a amarrar las manos. Ahora no podrás tocarme. ¿Entiendes?

—Sí, ama —asintió.

Me di la vuelta y mi trasero se acomodó sobre su pene caliente, duro, vibrante de deseo. Quise hundirlo en mí de inmediato, pero no era aún el momento.

Sigo jugando con él, llevándolo al límite.

Le advertí que si me desobedecía de nuevo, lo montaría y lo haría llegar al punto máximo donde no podría acabar.

Tragó saliva y dijo:

—Sí, ama. Buen chico.

—Ahora ven —ordené.

Lo levanté, con las manos aún atadas, y apoyé su espalda contra la cabecera.

—Quiero que me penetres —dije, inclinada de espaldas—. Pero tienes absolutamente prohibido acabar sin mi permiso. tampoco puedes marcar el ritmo,  yo seré quien guíe todo. ¿Entendido?

—Sí, ama.

Con esa instrucción clara y la piel ya ardiendo, lo sentí introducirse en mí.

Era como si estuviésemos hechos el uno para el otro. Sentí su calor recorrer cada fibra de mi cuerpo, cada movimiento de entra y sale, el rebote de mis nalgas.

Me volteé para mirarlo y le dije:

—No puedes cerrar los ojos. ¿Entendido? —pregunté.

—Sí, ama —respondió, jadeante.

Marqué un ritmo ni muy rápido ni muy lento, lo suficiente para escuchar sus gemidos ahogados.

—Si quieres acabar, tendrás que suplicar. De lo contrario, te quedarás con las ganas. ¿Entendido?

—Sí, ama.

Empeze a moverme con más fuerza, cada vez más intenso. Sentí cómo su piel vibraba y quemaba bajo mi toque, y oí su voz ronca implorar:

—Por favor... no puedo más... no puedo... lo necesito... quiero acabar...

—Aguanta un poco más —le ordené—. ¿Puedes?

—¿Puedo cerrar los ojos al menos, ama?

Decidí concederle ese pequeño deseo.

—Bien, ciérralos.

Al momento en que los cerró, sus gemidos se hicieron más fuertes, sentí sus pies retorcerse y sus manos apretarse.

—No puedo más —gritó—, lo necesito.

 —Acaba sobre mi espalda— Ordene.

Y entonces lo sentí, caliente, ardiente vaciándose sobre mi espalda. Nuestra respiración agitánda al unísono, y nuestros corazones latiendo frenéticos, en perfecta sintonía.

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