El aire estaba cargado de una mezcla de emoción y ansiedad mientras Isabella y Francesco se dirigían al último control prenatal. El sol de la mañana iluminaba el camino, pero en el interior del automóvil, el ambiente estaba impregnado de una expectante tensión. Francesco mantenía una mano firme sobre el volante y la otra descansaba sobre la pierna de Isabella, acariciándola con el pulgar en un gesto inconsciente de protección.
— ¿Estás bien? —preguntó él, sin apartar la vista del camino, pero con el ceño ligeramente fruncido.
—Sí… solo un poco nerviosa —confesó Isabella, entrelazando sus dedos con los de él. Su voz apenas era un susurro, como si al decirlo en voz alta se hiciera más real.
Francesco giró la cabeza brevemente para mirarla. Sus ojos reflejaban una mezcla de orgullo, amor y una pizca de inquietud.
—Lo estamos haciendo bien, Isa —le aseguró, llevándose su mano a los labios para depositar un beso en sus nudillos—. Falta poco para que lo tengamos en brazos.
El hospital tenía