QUE COMIENCE LA FUNCIÓN

El amanecer trajo consigo una luz tenue que apenas lograba penetrar el oscuro y lúgubre lugar donde Alessa se encontraba prisionera. Sus ojos, hinchados por la falta de sueño y el agotamiento, se entrecerraron al notar el rayo de sol que se colaba a través de un pequeño agujero en el techo que no pudo divisar la noche anterior, un recordatorio cruel de que el mundo exterior seguía existiendo mientras ella permanecía atrapada en ese infierno.

El lugar era frío, con paredes de concreto desnudo que rezumaban humedad. El aire estaba impregnado de un olor metálico, mezcla de óxido y sangre seca. En una esquina, un pequeño charco de agua estancada reflejaba la luz que se filtraba, creando una atmósfera tétrica y desesperanzadora.

Alessa, todavía aturdida por la noche anterior, permanecía en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y las rodillas recogidas contra el pecho. La fatiga la embargaba, pero sabía que no podía permitirse el lujo de bajar la guardia. Recordó las palabras de
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