El silencio en las ruinas de Nicastrello fue interrumpido por el leve silbido de un cuchillo atravesando la oscuridad. El hombre en el balcón apenas tuvo tiempo de llevarse una mano a la garganta antes de desplomarse sin un sonido. En el techo, su compañero cayó segundos después, una bala bien colocada entre ceja y ceja.
—Parte alta asegurada —susurró Michelangelo a través del comunicador.
Francesco asintió en la penumbra, el frío de la noche se mezclaba con el calor de la adrenalina en su piel. Ya no había vuelta atrás. Levantó una mano y señaló hacia la entrada. Carter, Charly y Arthur avanzaron como sombras entre los escombros, eliminando a los últimos guardias externos con disparos precisos. Los cuerpos cayeron sin emitir más que un leve susurro sobre la gravilla mojada. La entrada de la casona quedó libre.
—Vamos —ordenó Francesco con voz firme, notando la tensión en sus propios músculos.
Con una patada violenta, la puerta principal se abrió de golpe, golpeando la pared con un ec