El amanecer en Oslo tenía un silencio que cortaba. Luciana se despertó con la sensación de que algo había cambiado mientras dormía. Alexander ya no estaba en la cama. Lo encontró frente a la ventana, con el teléfono en la mano y el rostro tenso. El sol apenas iluminaba la alfombra de nieve que cubría la ciudad, y su silueta contra la luz parecía la de un hombre esperando una guerra.—¿Pasó algo?Alexander giró con lentitud. En sus ojos había oscuridad contenida.—Acaban de filtrar partes del manuscrito.Luciana se irguió, desnuda entre las sábanas.—¿Qué partes?—Las que nombran a los financiadores de Nemesia. Incluyeron citas textuales. Está por todas partes. Twitter, foros privados, incluso un canal de Telegram.Luciana sintió una mezcla de miedo y furia.—¡Vargas!Alexander asintió.—O alguien de su entorno. Tal vez fue su forma de demostrar que tiene el poder, incluso cuando no lo dejamos controlar la narrativa.Luciana se puso de pie, caminó hasta la mesa y tomó su cuaderno.—No
El silencio que Alexander guardó después de que Luciana mencionara la llamada de Camila no fue inmediato. Fue construido. Deliberado. Como quien mide cada segundo antes de detonar una bomba. Luciana lo miraba de pie frente a él, sin parpadear. Esperando. Temiendo.—¿Qué es lo que no me dijiste?Alexander desvió la mirada hacia la ventana, donde el reflejo de ambos se recortaba sobre la nieve del amanecer.—Es algo que tenía que contarte… pero no sabía cómo. Porque no se trata solo de mí.Luciana cruzó los brazos.—Entonces cuéntalo ahora. Antes de que se convierta en otra traición.⸻Alexander se sentó. Luciana permaneció de pie. La habitación parecía contener la respiración con ellos.—Cuando publiqué mi primera novela, “La Noche de las Ausencias”, fue un éxito porque había algo auténtico en ella. Pero eso que llamaban “autenticidad”… venía de un archivo. Uno que no era mío.Luciana frunció el ceño.—¿Estás diciendo que la historia era robada?Alexander negó con la cabeza.—No robada
Luciana no había olvidado el video.Podía hablar con Alexander, reconstruir la confianza, planear confrontaciones con Camila o preparar el lanzamiento de su libro, pero el recuerdo de esa imagen suya—dormida, desnuda, grabada sin su consentimiento—la seguía como una sombra adherida a la piel. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía: la vulnerabilidad expuesta, la violencia del silencio, la certeza de que había sido profanada sin siquiera ser tocada.Esa noche, no podía dormir. Se levantó, cruzó la habitación oscura y encendió su cuaderno. Escribió una sola frase:“Me miraron como si no fuera yo. Me robaron hasta el sueño.”Alexander la observaba desde la cama. Después del perdón, después del acuerdo para seguir juntos, había espacio para otra cosa: venganza. Justicia. Reparación.—No podemos dejarlo así, Lu —dijo con voz ronca desde la almohada.Luciana lo miró, sin responder. Volvió a escribir.“La venganza es una palabra masculina. La justicia, femenina. Yo elijo la segunda.”⸻Al
La noche cayó en Oslo con una quietud extraña, como si el mundo hubiera hecho una pausa para observarlos desde lejos. Afuera, la ciudad se preparaba para el invierno real, ese que no se anuncia con copos suaves, sino con el silencio absoluto de una helada que cala hasta el alma. Dentro de la suite, la atmósfera era cálida. Había velas encendidas, una botella de vino a medio terminar y dos cuadernos abiertos sobre la mesa de madera junto a la ventana. Alexander estaba descalzo, con una camisa suelta que dejaba ver su clavícula marcada. Luciana tenía el cabello recogido en un moño desordenado, su piel iluminada por el resplandor ámbar de la lámpara. El silencio entre ellos no era incómodo. Era denso. Cómplice. Habían sobrevivido a tanto en tan poco tiempo que ahora compartían algo más peligroso que la pasión: la intimidad verdadera. Alexander fue el primero en romperlo. —Hoy recibí una propuesta para publicar mi próxima novela en Alemania. Una historia inspirada en lo que estamos
La amenaza escrita en tinta roja no se desvaneció con el amanecer. Se quedó en la mente de Luciana como un eco persistente, como si cada letra se hubiese tatuado en su piel. “NO HA TERMINADO.” Tres palabras que podían ser todo… o nada. Una advertencia o una provocación.Mientras desayunaban en silencio en el comedor del hotel, Alexander hojeaba las noticias desde su teléfono y Luciana repasaba una lista de entrevistas pendientes. Aparentemente, todo seguía igual. Pero ambos sabían que el silencio era sólo la antesala de otra tormenta.—Hay un artículo nuevo en una revista digital de opinión —dijo él sin levantar la mirada.—¿Sobre el libro?—Sobre ti. Te llaman “la escritora desnuda”. Una crónica sobre el escándalo del video.Luciana cerró los ojos.—Siguen quitándole el foco a lo importante. No soy yo. Es la historia que escribimos.Alexander dejó el teléfono a un lado. Se inclinó hacia ella y tomó su mano.—Vamos a cambiar eso. Desde adentro.—¿Cómo?—Contando otra parte. Nuestra pa
Ginebra los recibió con un cielo gris, el tipo de gris que no prometía tormenta pero tampoco paz. Desde el aeropuerto, una comitiva oficial los trasladó directamente al hotel cinco estrellas donde se hospedarían junto a otros oradores del Congreso Internacional de Derechos Humanos. El evento se perfilaba como uno de los más importantes del año: presidentes, premios Nobel, activistas y periodistas de todo el mundo estarían allí.Pero Luciana sabía que no estaban siendo celebrados. Estaban siendo observados.Apenas llegaron a la suite, Alexander activó un bloqueador de señal. Habían aprendido a tomar precauciones desde que las amenazas se volvieron parte de la rutina. El arreglo floral que los esperaba sobre la mesa tenía un lazo dorado. Luciana no lo tocó.—No confíes ni en las flores, ¿eh? —intentó bromear Alexander.—No confío en las flores que llegan sin nombre —respondió ella, abriendo la maleta sin apartar la vista del ramo.La primera reunión fue con los organizadores del Congres
Luciana no durmió esa noche. Después de la llamada, se encerró en el baño con el teléfono pegado al oído mientras Alexander dormía, agotado. Camila hablaba en susurros, como si alguien pudiera estar escuchando incluso desde otra ciudad.—Luciana, escucha. No te llamé para manipularte. Lo juro. Pero hay cosas que no sabes de Alexander. Cosas que él no te dijo porque… porque cambiarían todo.Luciana no respondió. Dejó que hablara. Su corazón latía tan fuerte que apenas podía oírsele a sí misma.—El archivo que él dice que recibió incompleto… no fue así. Él sabía lo que contenía. Y lo usó. No para ayudar a las sobrevivientes. Lo usó para limpiar su nombre en el mundo literario. Fue parte de un acuerdo. Una transacción.Luciana se apoyó en el lavamanos. Todo parecía girar.—¡Estás mintiendo! Él me lo explicó. Fue una víctima también.—Lo fue. Al principio. Pero después tuvo una opción. Y eligió callar. No te pido que me creas. Te estoy enviando los correos. Las firmas. Las fechas.Luciana
Luciana caminaba por el borde del lago en Ginebra con el abrigo cerrado hasta el cuello. El frío no era lo que la estremecía. Era la voz de Camila, el archivo en su teléfono, y el vacío que ahora latía entre ella y Alexander. Aunque él seguía en la habitación, escribiendo su “confesión”, algo había cambiado entre ellos. Algo se había roto.Pasaron horas hasta que regresó al hotel. Cuando entró, lo encontró dormido sobre el escritorio, con el portátil a medio cerrar y una hoja impresa entre sus dedos. Se la quitó con cuidado. Era un fragmento del manuscrito.“Tener la verdad entre las manos y no usarla es más cruel que ignorarla por completo. Yo la usé. Y con eso maté parte de lo que podía haber sido.”Luciana sintió un nudo en el estómago. Se sentó junto a él y lo observó dormir. La línea entre redención y culpa era tan delgada que dolía.Cuando Alexander despertó, la encontró con la hoja en la mano.—¡No te oí entrar! —dijo, incorporándose rápido.—Estabas dormido. Y escribiendo cosa