El amanecer en Oslo tenía un silencio que cortaba. Luciana se despertó con la sensación de que algo había cambiado mientras dormía. Alexander ya no estaba en la cama. Lo encontró frente a la ventana, con el teléfono en la mano y el rostro tenso. El sol apenas iluminaba la alfombra de nieve que cubría la ciudad, y su silueta contra la luz parecía la de un hombre esperando una guerra.
—¿Pasó algo?
Alexander giró con lentitud. En sus ojos había oscuridad contenida.
—Acaban de filtrar partes del manuscrito.
Luciana se irguió, desnuda entre las sábanas.
—¿Qué partes?
—Las que nombran a los financiadores de Nemesia. Incluyeron citas textuales. Está por todas partes. Twitter, foros privados, incluso un canal de Telegram.
Luciana sintió una mezcla de miedo y furia.
—¡Vargas!
Alexander asintió.
—O alguien de su entorno. Tal vez fue su forma de demostrar que tiene el poder, incluso cuando no lo dejamos controlar la narrativa.
Luciana se puso de pie, caminó hasta la mesa y tomó su cuaderno.
—No