El amanecer llegó sin gloria. Un cielo gris cubría la ciudad como un velo de advertencia. Luciana se despertó con una presión en el pecho, como si sus sueños hubieran intentado advertirle algo que su mente aún no comprendía.
Camila aún dormía profundamente en la habitación de huéspedes. Sus respiraciones eran cortas, irregulares, como si los recuerdos la acosaran incluso en su inconsciencia.
Luciana, envuelta en una bata de algodón, bajó a la cocina. Encontró a Alexander revisando planos viejos sobre la mesa. Tenía ojeras profundas y los ojos clavados en un croquis desgastado.
—¿No dormiste nada? —preguntó Luciana en voz baja.
Él negó, sin apartar la vista del papel.
—Este plano es de la finca donde criaron a Adrián… o mejor dicho, a Ismael. Aquí hay una estructura subterránea. Según las notas de Sebastián, la llamaban La Cueva.
—¿Crees que aún existe?
—Si la destruyeron, fue con mucho cuidado. Pero si sigue allí, podría contener pruebas. Registros. Quizá incluso… el diario de Elena.