La noche no trajo descanso. Luciana no pegó un ojo. Las palabras de Adrián retumbaban en su cabeza como un eco imposible de acallar: “Mi madre me abandonó”. ¿Cuánto odio había en su voz? ¿Cuánta mentira en su corazón?
Alexander, en cambio, se mantuvo sereno. Aunque por dentro ardía. No por temor a Adrián, sino por la certeza de que aquel hombre tenía el poder —y el frío suficiente— para destruirlos si se lo proponía.
A las 5:47 a.m., una notificación iluminó el celular de Alexander.
—Un mensaje —dijo en voz baja, tomando el móvil.
Luciana se incorporó en la cama, aún somnolienta.
—¿Quién es?
Alexander frunció el ceño al leer.
—Número desconocido. Solo dice: “Valeria está en peligro.”
Luciana saltó de la cama, ya despierta del todo.
—¿Dónde está?
—No lo dice. Pero abajo hay una foto…
Abrió el archivo. Era una imagen borrosa, tomada con un ángulo alto. Valeria, inconsciente, dentro de lo que parecía un vehículo. Su rostro tenía un corte en la frente. Estaba sola. Amarrada.
—¡Dios mío! —