La mañana siguiente a su íntima conversación, Luciana y Alexander despertaron con una sensación renovada de cercanía. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación que compartían. Luciana se estiró perezosamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander junto al suyo.
—Buenos días —murmuró él, girándose para mirarla con una sonrisa adormilada.
—Buenos días —respondió ella, devolviéndole la sonrisa antes de besarlo suavemente en los labios.
Después de unos momentos de tranquilidad compartida, decidieron levantarse y enfrentar el día. Mientras desayunaban en la cocina, el teléfono de Alexander vibró sobre la mesa. Él lo tomó y frunció el ceño al leer el mensaje.
—Es Richard. Quiere que vayamos a la editorial lo antes posible. Dice que es urgente.
Luciana sintió una punzada de preocupación, pero asintió.
—Entonces, será mejor que nos preparemos.
Ambos se vistieron rápidamente. Luciana optó por una blusa blanca de algodón y unos jeans oscuros,