Una tarjeta de presentación

Después de un breve y bastante incómodo silencio, Grace decidió romperlo:

— Una pregunta. — Comenzó a decir Grace, observándolo fijamente, esperando una reacción — ¿Me ha estado siguiendo desde el metro?

Edward se inquietó un poco por la mirada de Grace. Aunque consideró cambiar de tema, optó por no dar una respuesta obvia, ya que necesitaba cerrar el acuerdo a como diera lugar.

— ¿Vas a aceptar el acuerdo o no? — le recordó Edward, presionando por una decisión rápida. Grace se levantó y, antes de marcharse, le dijo con firmeza:

— Mañana por la mañana tendrá una respuesta. ¿Tiene algún número de celular? ¿Un correo privado?

La tensión entre los dos era palpable. Edward apretó los labios, notando que Grace estaba siendo demasiado evasiva.

— El evadir no te sirve de nada, necesito una respuesta. ¿No ves que tu situación es precaria ahora, sin trabajo? — su tono era áspero, exigiendo una decisión inmediata.

Ante el tono áspero de Edward, Grace se molestó, incluso siendo desconocidos. Decidió retomar la pregunta original, intentando mantener la calma.

— ¿Tiene algún número de celular? ¿Un correo privado? —Edward se puso de pie y, de manera inesperada, le entregó una tarjeta que sacó del interior del bolsillo de su abrigo de marca cara, cuando la aceptó Grace, ella se sorprendió al sentir la textura bajo sus dedos.

La tarjeta de presentación era de diseño sobrio y elegante, con bordes negros y detalles en relieve que le conferían un toque refinado. En la parte frontal, destacaba el nombre «E. Langford» en letras doradas y estilizadas. En la esquina inferior derecha, se encontraba el número de teléfono celular de Edward. La parte posterior de la tarjeta estaba libre de adornos, manteniendo una apariencia minimalista que reflejaba su estilo.

Entonces, ella suspiró, pero no por resignación, sino por el cansancio acumulado. Edward notó las notorias ojeras y cómo el cansancio se reflejaba en su rostro. Por primera vez, sintió un atisbo de duda y cuestionó si no estaba yendo demasiado lejos. No era su costumbre involucrarse en este tipo de tratos con desconocidos, pero la presión de casarse lo llevó a considerar este movimiento rápido como una salida de la situación con sus exigentes padres.

—Entonces, —levantó la mirada hacia él, imponente y alto, emanaba una presencia controladora. —Tendrá una respuesta por la mañana. Gracias por la hamburguesa y la bebida, buenas noches. —Grace tiró la basura en el cesto más cercano y luego, antes de seguir el camino de regreso al edificio, lo miró sin decir nada, aquel acuerdo no sonaba tan descabellado si lo pensaba bien, solo era fingir ser la prometida de él, ¿quién no aceptaría serlo con todos los beneficios que le ofrecía? Luego se miró a sí misma una vez que empezó a caminar, no era una belleza, era demasiado delgada y pálida, su cabello estaba bastante descuidado. Entonces recordó lo de Marlon, claro que le sería infiel con una hermosa mujer mejor que ella. Incluso pensó en cómo se dio su relación de un año; si no era suficiente, aunque nunca se había entregado a un hombre, quizás era el mayor motivo: buscar a alguien que sí le diera lo que ella no estaba aún segura de dar.

Caminó más rápido debido al frío intenso. Al llegar a su departamento, se sorprendió al no encontrar a su padre en su lugar habitual, recordó que esta noche era más temprano de lo normal porque había renunciado. A pesar del paseo, aún faltaban unas horas. Entró en su habitación modesta que siempre intentaba animar con algo de color o algo bonito, se sentó en la silla y levantó la pantalla de su portátil, pero un par de líneas aparecieron en ella, evitando que viera completamente el documento a medio comenzar. Cerró los ojos y con las manos abiertas golpeó sobre la superficie de la mesa. Ahora, la portátil estaba a punto de apagarse. ¿Cómo trabajaría en lo de la escuela? Grace pensó que, definitivamente, el mundo estaba en su contra.

—Dios mío, ¿ahora qué arruinará mi noche? —se levantó y se dejó caer en su cama, abrazó la almohada y tomó una bocanada de aire para después, sin verlo venir, dejarse llevar por el cansancio hasta quedarse dormida.

Horas más tarde, el ruido de vidrios quebrándose, la despertó exaltada, miró a su alrededor y no había nadie, pero a lo lejos escuchó quejidos de su padre. Cerró los ojos de nuevo y negó contra su almohada. Había llegado el momento de enfrentarse de nuevo a su padre y a las palabras que acuchillaban su cansado corazón. ¿Qué le diría ahora? ¿Aparte de ser una mala hija y la culpable de su alcoholismo?

— ¡Grace! ¡Despierta! ¡Despierta, malagradecida! —después se escucharon aporreos contra la puerta de su habitación. Ella se aferró a la almohada, pero decidió enfrentarlo en el último momento. Le sacaría lo de haberla puesto de garantía para Langford.

Abrió la puerta y se encontró con un hombre ahogado en alcohol que apenas podía mantenerse en pie frente a ella.

— ¿Qué es lo que quieres ahora? —dijo Grace, enfurecida y cansada de la misma situación. — ¿Cómo piensas insultarme esta vez? ¿Qué te falta decirme para decidirte a que me vaya de aquí? He perdido mi trabajo, he sido acosada por un hombre que dice que me has dado como garantía. ¿Qué más quieres de mí? ¡Dime! —gritó Grace, su rostro se había enrojecido por la ira, ¿de dónde había salido? No tenía la menor idea.

— ¿El señor Langford…? —apenas pudo preguntar, con la lengua floja y arrastrando las palabras por el efecto del alcohol.

— ¡¿Por qué me has dado como garantía?! ¡Soy tu hija, por Dios santo! ¡No soy un objeto que puedas empeñar!

El hombre comenzó a reírse frente a ella, y las lágrimas que Grace había estado conteniendo simplemente se deslizaron por sus pálidas mejillas. Su labio inferior tembló, sus manos se cerraron en puños y empezó a temblar. No quería seguir viviendo así, en la miseria, al lado de quien se supone, debía protegerla.

—Veamos si sigues riéndote cuando te quedes finalmente solo. —Grace le cerró la puerta en la cara y puso el pestillo para evitar que entrara. Buscó una maleta vieja en el armario y tomó algunas cosas: su vieja portátil y el enchufe, unas zapatillas deportivas y artículos de higiene personal. Escuchó maldiciones y golpes al otro lado de la puerta, acompañados de amenazas. Sabía que era el alcohol el que lo hacía actuar así. Se detuvo frente a la puerta, ignorando esas palabras, intentó recordar los buenos momentos que había tenido a su lado, pero ninguno llegó, solo aquel borroso recuerdo: “Ahora solo somos tú y yo”. Más lágrimas cayeron y, decidida, abrió la puerta, sorprendiendo a su padre a punto de golpear la puerta de nuevo.

—Me voy. Adiós. —lo esquivó, pero él tiró de su cabello, haciendo que casi cayera hacia atrás. Manoteó para evitar que la volviera a tocar. Sin mirar atrás, llegó a la puerta.

—Si te vas, olvídate de que tienes un padre. —Grace detuvo su mano en el picaporte de la puerta. Aquellas palabras terminaron de romper el vínculo afectivo que tenía por él. Se giró y le respondió.

—Y tú olvídate de que tienes una hija. —Volvió hacia la puerta y tiró del picaporte para salir del departamento.

 

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