La comida en el gran jardín de los Langford se transformó en una cena, y Grace, junto a Edward, conversó con todos los invitados, cumpliendo su papel con elegancia y encanto. Después de una larga noche de socialización, decidieron retirarse. Mientras caminaban de regreso a la villa, Edward recibió una llamada de su jefe de seguridad. Grace notó un cambio en su expresión, una sombra de misterio que no pasó desapercibida.
―Voy a buscar agua, ―dijo Grace al entrar a la villa. Edward asintió, aún absorto en su conversación telefónica.
Grace se dirigió a la cocina, disfrutando del silencio y la tranquilidad después de la bulliciosa noche. Abrió el refrigerador y sacó una botella de agua. Justo cuando iba a tomar un vaso, Edward entró en la cocina, sosteniendo un pequeño paquete.
―Grace, necesito darte algo, ―dijo, su tono serio.
― ¿Qué es? ―preguntó ella, tomando el paquete con curiosidad.
Grace abrió el paquete y encontró unas pastillas en su interior. Frunció el ceño, sin saber qué eran.