Andrei
El cuerpo de Sonia resbaló de mis manos, inerte y sin vida. Esa desgraciada se había suicidado para evitar decirme dónde estaba mi razón de vivir.
Los gritos desesperados de ese tipo solo eran un reflejo de mis lamentos internos, aunque los suyos eran ocasionados por algo muy distinto.
Mientras él perdía lo que amaba de manera definitiva, yo soportaba algo peor: dejar que tocaran lo que era mío.
El hombre se levantó del suelo, mirándome con rabia y odio infinitos, pero en vez de abalanzarse sobre mí, fue hacia Sonia, a quien intentaba en vano resucitarla.
—Mi amor, no, no pudiste hacer esto, no, mi vida, no. Mia principessa, no —rogó—. Íbamos a ser felices, teníamos tantos planes. No pudiste dejarme así, no, no, por favor, no.
—Tendrás que vivir con eso —me burlé al verlo llorar como un niño—. Y ahora, dime lo que…
—¡Te puedes ir a la m****a! —me gritó, soltando a Sonia y levantándose—. Jamás sabrás dónde está. Nunca.
Mientras se lanzaba hacia mí para atracarme, escupió a