Elise
Época actual
Alistair esbozó una sonrisa perfecta, muy parecida a la de su padre. A pesar de amar con locura cada una de sus sonrisas —porque era el único ser con el que podía convivir en este encierro, y claro, porque había nacido de mí—, sentí un agujero creciendo en mis entrañas. Cuando Alistair se ponía así de inquieto, era porque su padre estaba a punto de venir. Él captaba su presencia antes de que yo tuviera tiempo de prevenirme.
Segundos después, se escuchó el leve zumbido que antecedía a la abertura de la puerta. Mi corazón se aceleró. Habían pasado más de dos semanas desde que nos habíamos visto, y no sabía cómo se comportaría. Andrei casi nunca dejaba de venir diariamente, y esta era la primera vez que mi piel estaba libre de hematomas en casi tres años de encierro.
—Termina de comer, cariño —le pedí a mi hijo, quien respondió que no, moviendo enérgicamente la cabeza.
La puerta se abrió. El aroma ligeramente cítrico y dulce de Andrei invadió mis fosas nasales, aterrorizándome, pero también haciendo latir partes de mi cuerpo que no eran el pecho. Alcé la vista y comprobé con alivio que él no me miraba, sino que tenía toda su atención enfocada en nuestro hijo, quien le extendió los brazos para que lo sacara de su silla, la cual habíamos instalado en la cabecera porque era el «hombre de la casa».
La escena me resultaba repulsiva, a pesar de lo tiernos que lucían abrazándose. Odiaba que Andrei tocara a mi bebé, que me robara su amor y adoración, aunque fuera por breves instantes. ¿Cuándo sería el día en que no me arrebatara algo?
Deseaba voltear hacia otro lado; no obstante, reparé en las oscuras ojeras que Andrei tenía bajo los ojos. Seguramente era por pasar noches apasionadas con su futura esposa, o tal vez porque él odiaba dormir sin mí. Sí, lo segundo era lo más probable.
—¿Cómo estás, mi pequeño?
—Bien, papi. Te extrañé —dijo Alistair antes de darle un beso en la mejilla, lo que hizo que Andrei lo atacara con más besos que lo hicieron carcajearse.
—Con permiso —murmuré, levantándome de la mesa.
Andrei me ignoró, pero sentí el peso de su mirada mientras me dirigía a nuestra habitación, la cual quedaba frente al comedor. A través del cristal de la puerta, él podía ver lo que yo hacía, pero yo no a él; así que solo me senté en la cama y esperé en silencio hasta que la puerta finalmente se deslizó. Mis nueve dedos se encogieron y se aferraron a las sábanas.
—Dos semanas —murmuré, aunque sonó más a reproche que a celebración de un récord, y, a decir verdad, ni siquiera sabía qué sentir.
Andrei se sentó a mi lado y me tomó la mano. Mi pulso se aceleró cuando me clavó suavemente los dientes en el dedo meñique.
—Este será el siguiente si descubro que no te has comportado como deberías. Estoy ansioso por probarte de nuevo —susurró.
«Te doy todos mis jodidos dedos, pero déjame libre», le grité por dentro.
—Puedes comprobar todo lo que hice por las cámaras —repliqué—. Solo he cuidado de nuestro hijo.
—Bien, no me mientes. Ya lo he revisado todo.
De un momento a otro, estaba sentada a horcajadas sobre él. Su presencia me era tan confusa que no sabía si había sido yo o él quien me había colocado así. Con ambas manos acaricié su rostro; la barba no tenía mayor grosor que cuando se había ido, pero estaba mal cortada. Aun así, su rostro seguía siendo perfecto, capaz de idiotizarme con aquellos ojos, donde el marrón luchaba por cubrir inútilmente el verde oscuro de su iris.
—Sonia lo intentó, pero no pudo —dijo con tono burlón, instándome a tomar el desafío de hacerlo mejor.
No funcionaría. Estas dos semanas sin Andrei me habían desintoxicado un poco. Los celos y la amargura invadían mi ser, pero no saldrían a flote como él quería.
—No le quedó tan mal; puede volver a intentarlo. Yo no tengo energías para encargarme de esto.
Me abofeteó. El sabor de la sangre llegó antes que el dolor, pero ya nada de eso me sorprendía, por lo que simplemente me mantuve tranquila.
—Tú te encargarás de esto —aseguró, haciéndome frotar contra su erección—. ¿Qué demonios hacías dentro de tu cabeza? ¿Por qué te comportas así conmigo? ¿Ya no te importo?
Aquel reclamo me hizo sonreír para mis adentros mientras nos besábamos bestialmente. Apenas podía seguirle el ritmo, pero le daba pequeñas mordidas que lo hacían estremecerse.
Andrei cortó el beso y rompió mi camisa en dos. Mis enormes pechos salieron a su vista y se lanzó sobre ellos para olfatearlos, lamerlos y succionar la poca leche que salía de ellos a pesar de que había destetado a Alistair hacía seis meses. Sus grandes manos recorrían mi espalda con más desesperación que nunca, erizando mi piel a su voluntad y no a la mía.
«Te odio, te odio, maldito infeliz», pensé mientras me retorcía de placer y de alivio.
Tras las primeras caricias suaves, llegaron las mordidas. Siempre comenzaba en los hombros, pero esta vez lo hizo directamente en mis pechos. Siseé de dolor y le clavé las uñas en los hombros. Andrei se levantó conmigo en sus brazos y se giró para lanzarme a la cama. Abrí las piernas para recibirlo y giré la cabeza hacia la cabecera, poniendo mi mejor cara de indiferencia.
Una vez que se desvistió y me desvistió, me tomó por el mentón y me obligó a mirarlo. Sus ojos eran fuego puro, pero también enfermedad y alivio. Esta vez no parecía dispuesto a jugar antes de cogerme, lo que me extrañaba. Estaba más desesperado que nunca y, sin preámbulos, me penetró.
—Te tomarás de nuevo la medicación —me advirtió.
—No, no —rogué.
Podía hacerme de todo, menos eso. No quería estar drogada otra vez y no poder atender a mi hijo. Alistair era mi todo en la vida, lo único que me mantenía cuerda y aferrada a la esperanza de ser libre.
—Lo harás. No quiero que pienses en estupideces.
—Solo pienso en ti —le aseguré—. Para bien o para mal, solo pienso en ti. Lo haré, te atenderé; quiero hacerlo.
Aquellas palabras parecieron complacerlo y arremetió con más fuerza. Gemí descontroladamente por el dolor y la excitación. No importaba qué tan mojada estuviera, su tamaño no era el adecuado para mi interior.
—Elise —susurró en mi oído—. Te he extrañado tanto.
Me estremecí. Sonaba tan dulce y aterrador que una parte de mí lo disfrutaba.
—¿Me has extrañado a mí?
Su pregunta me hizo gruñir. Odiaba decirle la verdad, pero tenía que hacerlo.
—Lo hice. Te extrañé cada segundo —dije entre jadeos.
Andrei siguió con su tortura de morderme y olerme por todos lados. Estaba marcándome de nuevo, recordándome que nunca podría liberarme de él, por más que explorara todos los recovecos de este departamento en el piso más alto.
Para demostrar mi punto, correspondí a su beso y mis piernas lo aprisionaron. Mis entrañas se contrajeron y mi vagina lo envolvió con todas sus fuerzas cuando él encontró el punto exacto que me llevaba al delirio. Grité con fuerza sin querer hacerlo, pero al mismo tiempo disfrutando de su endiablada y obsesiva sonrisa. Andrei me siguió en poco tiempo, explotando con tanta fuerza que sentí que un océano me inundaba el cuerpo.
—Seguiremos jugando —me advirtió—. Aprovecharé cada minuto.
—¿Te quedarás? —jadeé.
—Sí, me quedaré. Van a pasar cosas importantes en breve.
Salió de mí, pero siguió masturbando aquel miembro enorme y húmedo para que volviera a pararse por completo. Su mirada seguía siendo lasciva, recorriéndome centímetro a centímetro.
Sin embargo, sus palabras apagaron cualquier deseo que había sentido minutos antes.
—Ya es un hecho: se llevará a cabo la boda —me anunció—. Ahora ya no hay nada que me impida unirme a Sonia.