Andrei
—Lo logramos, lo logramos —murmuré mientras dejaba caer a Elise sobre la cama cubierta con sábanas de seda.
Mi esposa lucía tan pálida como siempre, pero con aquellas manchas de sangre que le esparcí por el cuerpo antes de curarme, lo estaba más.
—Es simplemente una obra de arte —murmuré—, pero sería un insulto fotografiar tanta belleza.
Extendí la mano izquierda.
El dedo ya no estaba ahí, pero no lo extrañaba. De hecho, ni siquiera sabía que estorbaba hasta que decidí arrancármelo. Ahora me sentía ligero, libre, completamente listo para cumplir el compromiso que había asumido al casarme con ella.
—Lamento haber tardado tanto en completar nuestra unión —susurré, mientras me despojaba de la ropa.
Elise no tardó en despertar del sueño profundo en el que se había sumido tras probar mi carne. Sus ojos azules, llenos de horror y confusión, se encontraron con los míos.
—Me lo merecía, pequeña Elise. Me merecía tu desprecio —sonreí—. ¿Por qué nunca me dijiste que querías mi dedo?
—Por