Jordan empujado por el alcohol que ya comenzaba a nublar su juicio, decidió probar más. No estaba seguro de lo que hacía, pero algo dentro de él le decía que siguiera el juego. Comenzó a beber más rápido y cada trago fue subiéndole la temperatura corporal. El ardor del licor lo hacía sentir vivo, pero a la vez fuera de control. Sus pensamientos se volvían más pesados, más lentos, como si el alcohol hubiera bajado el volumen de su conciencia.
Los hombres en la mesa comenzaron a reírse, a hacer chistes y hablar sobre su apariencia. Uno de los clientes, específicamente el que lo había invitado a la mesa, empezó a hacer ciertos comentarios.
—Oye, pianista, eres un chico bastante lindo. Mira esa cara, parece la de una chica, ¿te lo han dicho?
En lugar de sentirse incómodo como en otras ocasiones, Jordan, borracho y relajado por el alcohol, se echó a reír. No había nada en él que lo frenara.
—¿La cara de una chica? ¿Por qué me ofendes así? —cuestionó, divertido.
La risa de los hombres aumen