Cierto día, Jordan fue directo a la habitación de Simone. Llevaba una bolsa en la mano y una expresión de nervios, como quien sabe que está a punto de enfrentar la cólera de una reina herida. Tocó suavemente la puerta, y apenas unos segundos después, Simone abrió con una sonrisa ansiosa que apenas pudo disimular.—¡Ven, ven! —dijo, tomándola por la muñeca y jalándola dentro del cuarto como si esperara el chisme más jugoso del año—. Cuéntamelo todo. ¿Hablaste con Reinhardt? ¿Qué pasó? ¡No me dejes con la intriga!Jordan tragó saliva. Se quedó en medio de la habitación, mirando a Simone, que le brillaban los ojos con entusiasmo puro, como si esperara una historia de amor sacada de una novela. Pero Jordan no dijo nada enseguida. Se limitó a alzar la bolsa que llevaba en la mano, como quien porta un cadáver, y la sostuvo entre ellas.—Antes que nada… —empezó Jordan, con tono de funeral—. Quiero disculparme contigo.Simone ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.—¿Disculparte? ¿Por qué? ¿Qué
Jordan soltó una risita, pero no fue una risa segura. No era una risa de quien tenía su futuro claro, sino de quien no sabía si debía ilusionarse o no. Miró un instante el vestido rasgado, luego alzó los ojos hacia Simone, con una sombra de duda en la mirada.—Yo quiero estar con Reinhardt… pero no tengo idea de qué va a pasar con nosotros —expresó con honestidad, como si se obligara a sí misma a no soñar demasiado—. No hemos hablado de eso. Él no me ha dicho nada… Lo único que me dijo es que, una vez que estuviéramos juntos, yo debía estar para él y solo con él siempre.—Eso se llama exclusividad —respondió Simone—. Quiere que seas solo para él. Si fueras otra más, no se habría molestado ni en hablarte así. Pero se trata de ti. Y no quiere que ningún otro te toque, ni se acerque, ni respire el mismo aire que tú.Hizo una pausa y luego le apuntó con el dedo, con una sonrisa cómplice.—Y tú también debes hacer lo mismo, ¿entiendes? Exígelo. Que te respete, que te cuide, que sea solo pa
Cierto día, el vapor envolvía la vieja sala de baño común, donde algunos de los empleados del cabaret solían ducharse uno tras otro, en silencio. Las paredes estaban cubiertas de azulejos agrietados por los años y el techo tenía marcas de humedad que no importaban demasiado a quienes solo buscaban un instante de limpieza entre jornadas largas. El agua caía en un hilo continuo desde una de las duchas, tibia, golpeando la piel blanca y húmeda de Jordan, que se encontraba de espaldas, con los ojos cerrados, lavando su pelo con movimientos lentos y acostumbrados.No había duchas privadas para los empleados. Esa en particular solo tenía una cortina fina, empapada, que se pegaba a veces por el vapor. Jordan había ido a ducharse temprano, buscando un momento de silencio antes de continuar el día. No escuchó cuando Reinhardt llegó, ni los pasos que lo guiaron hasta allí.Él había ido a su habitación primero, queriendo verla. La buscó con cierta ansiedad, aunque nunca lo admitiría. Al no encon
Fue un beso directo, poseedor, con los dientes rozándole el labio inferior y la mano envolviéndole la nuca para evitar que se apartara. Reinhardt gruñó muy bajo contra su boca y sus manos grandes descendieron por su espalda, la empujaron contra él, haciendo que sus cuerpos se apretaran sin espacio entre ellos. El beso se volvió más torpe, más húmedo, más ansioso. Jordan suspiró, aferrándose a su camisa con ambas manos mientras él la levantaba del suelo con la fuerza de su abrazo.La cargó sin esfuerzo y la llevó a la cama, sin dejar de besarla. La tumbó de espaldas y se puso sobre ella, apoyando una rodilla al lado de sus piernas mientras le abría la camisa con los dedos toscos. No había paciencia. No buscaba ternura. Reinhardt era brutal en su deseo, pero sin lastimarla. Le besaba el cuello con devoción, bajando por su clavícula mientras ella se arqueaba debajo de él, sintiendo cómo se volvía cada vez más dominante.La ropa se volvió un estorbo. Reinhardt la despojó de ella como si l
La frase cayó como una piedra dentro de Jordan. Sostuvo el trapo entre los dedos, sin saber si debía usarlo o tirárselo a la cara. Se quedó allí, inmóvil, como si el tiempo se hubiera roto, como si no supiera cómo moverse después de eso. No entendía bien qué estaba esperando… quizás una mano cálida, una palabra en voz baja, un roce de su frente contra la suya. Algo. Lo que fuera. Pero no eso. No ese corte, no esa despedida seca, como quien da las gracias por un favor y cierra la puerta.—¿Qué… dijiste? —preguntó dudosa, como si tuviera miedo de confirmar que no lo había malinterpretado.Reinhardt se subió los pantalones sin apuro, ajustando el cinturón con la rutina de alguien que ya no tiene nada que decir, como si ella fuera un mueble más de la oficina, un estorbo que debía retirarse.—Ya vete —repitió con sequedad.Jordan bajó la vista al trapo en sus manos, lo miró como si fuera un símbolo de algo mucho más sucio que su propio cuerpo. Se limpió el vientre con movimientos lentos, t
Ese nombre. Por primera vez, Reinhardt la llamó así.Pero ella lo miró con una expresión helada, una mueca que parecía brotar desde el abismo de su cólera.—No me llames así. Mi nombre es Jordan.—¿En serio? —respondió Reinhardt, acercándose un poco más—. Pues no estoy tan seguro, ya que eres una mentirosa.—Basta… —le dijo Jordan—. Detente ya.—No creas que por haberte entregado a mí te libraste de tus castigos. ¿Crees que eso borra el hecho de que me engañaste? Me viste la cara y te lo dije, que nunca te lo perdonaría. ¿Lo sientes? ¿Sientes esa humillación, esa frustración? Es la misma que yo sentí al descubrir que todo en ti era una farsa.Jordan se quedó mirándolo. Tenía los ojos abiertos como si no pudiera parpadear, como si el cuerpo estuviera completamente desconectado de lo que sentía. Le hervía la sangre, pero el alma se le había congelado.—O sea que todo esto… ¿Todo esto fue parte de una venganza? ¿Cada beso... cada caricia... cada vez que me mirabas como si te importara… e
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po