Capítulo 11

—Azrael, basta. No trates así al señor Briel —le planté frente a él.

—Vámonos —me tomó de la mano y, a la fuerza, me arrastró hasta donde estaba su auto.

—¿Qué crees que haces? —me quejé mientras me sentaba de mala gana.

Él no se inmutó ni se molestó en darme una respuesta. Rodeó el auto y tomó asiento al volante. No se contuvo y pisó a fondo el acelerador, dejando atrás el área del casino en cuestión de instantes.

—¿Qué rayos te pasa, eh? —reclamé después de un rato de camino.

—¿De dónde conoces a ese hombre? —ignoró mi pregunta, imponiendo la suya.

—No te interesa —me crucé de brazos.

—Créeme, no te conviene enojarme en estos momentos —no me hubiese importado si su expresión no estuviera tan mortalmente seria.

—Lo conocí hace unos años cuando llegué a la ciudad.

—¿Dónde? —insistió.

—En la calle. Recuerdo que estaba desesperada porque no tenía a dónde ir. Entonces él me consiguió alojamiento en el apartamento en el que viví durante años. Después de eso, me ayudó mucho; siempre me dab
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