Jorge miró a Lucrecia en el suelo, llorando, con una expresión que no reflejaba ni una pizca de compasión. Se acercó sin prisa, sin la menor intención de consolarla, y la cargó sin suavidad.
— S-sé más delicado, me duele… — Se quejó Lucrecia, buscando un ápice de ternura en él.
Jorge la fulminó con la mirada, su expresión destilaba asco y desdén.
— Cierra la m*****a boca. Ya has hecho demasiado desmadre sin motivo.
Lucrecia se calló de inmediato, pero por primera vez en mucho tiempo, se preguntó por qué permitía esto. Odiaba a su prima Anaís, odiaba la situación en la que estaba y, en el fondo, odiaba los métodos que había usado para atrapar a Jorge. Pero todo eso era necesario. Había hecho enojar a demasiadas personas. Lombardi, Ezra, incluso el mismísimo Lobo Blanco querían su cabeza. Sin embargo, ninguno se atrevería a tocarla mientras cargara en su vientre al heredero de un Guerrero.
Espantó esos pensamientos y se abrazó a Jorge con fuerza, como si así pudiera recuperar su control