58 - Un secuestro.

El eco de los pasos de Federico Lombardi resonaba en los pasillos oscuros de su mansión. La puerta de la habitación se abrió de golpe, y antes de que Lucrecia pudiera reaccionar, él la lanzó sobre la cama con fuerza. Su rostro estaba deformado por la furia, sus ojos brillaban como carbones encendidos.

— ¿Quién demonios te crees que eres para hacer lo que hiciste? — rugió, acercándose a ella —. ¿Tienes idea del caos que desataste? Esos dos hombres no son cualquier persona, Lucrecia. Proteger a Anaís es su misión ahora, y tú... ¡tú casi lo arruinas todo!

Lucrecia temblaba en el piso, sus lágrimas caían sin control mientras se abrazaba a sí misma.

— Fue un accidente, Federico... te lo juro... — susurró, pero su voz se quebró al ver la expresión en su rostro.

Lombardi soltó una carcajada amarga. Se inclinó hacia ella, tomándola del brazo con brutalidad y arrojándola nuevamente sobre la cama. Se colocó encima de ella, sosteniéndola con sus manos firmes mientras su aliento pesado se mezclab
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