—¿Dónde demonios se habrá metido Regina? – se preguntó el pelinegro al marcarle por quinta vez en esas tres horas que la había estado buscando y el aparato le negara el tono.
—¡Ey, Giancarlo! – Saludó un alegre ojiazul —¿Qué haces? – llegó hasta él en el estacionamiento del campus de la universidad.
Anthony recién llegaba, y Giancarlo estaba por marcharse.
—Intento comunicarme con Regina, pero no responde el móvil— respondió Giancarlo con fastidio.
—¿Y se puede saber para qué la buscas? – Cuestionó curioso su joven e inseparable amigo.
Giancarlo rodó los ojos— Regina le dijo a mi madre lo de Fiama— respondió agriamente.
Anthony abrió los ojos con sorpresa— ¡Wow! … no se lo dijo la vez anterior ¿por qué lo haría ahora? – Le cuestionó curioso.
El rubio revolvió frustrado su plateado flequillo – Es lo que quiero saber ¿qué razón debería? ¿Qué cambió? – cuestiono más para el mismo.
—Tal vez solo lo dijo sin pensarlo – dijo Anthony restando importancia.
El otro negó — Regina es muy cuidado