Se suponía que estaban al aire libre, en un crucero, donde la luna y el mar se mezclaban en uno. Pero lejos de percibir la paz que solo tan majestuosa vista podía ofrecer, se estaba asfixiando.
Todo fue muy rápido…
Lo sintió de golpe, como si alguien hubiera cerrado una compuerta de acero dentro de su pecho. El violín seguía sonando a lo lejos, pero ya no era música lo que escuchaba: era un zumbido que le taladraba los oídos.
—Celeste, amor… ¿estás bien? —preguntó el hombre que todavía estaba de rodillas.
Abrió la boca para decir lo que sentía. No quería comprometerse. No quería casarse. Pero no salió nada y eso la desesperaba.
Y entonces todo empezó a girar despacio, luego más rápido, como si el barco entero se hubiera puesto a dar vueltas.
Las piernas le fallaron en ese momento y observó cómo Francisco se ponía de pie de pie, alarmado, cómo gritaba algo que no alcanzó a entender.
—¡Espacio, por favor, denle espacio!
Pero nadie obedeció. Al contrario: los camareros avanzaron con