Julieta
Dicen que los opuestos se atraen, pero yo no sabía si él y yo éramos diferentes, o si éramos el mismo aire del viento, el mismo estruendo del trueno, pero de diferentes tormentas. Una fuerza de la naturaleza, al fin y al cabo. No sé si éramos enemigos, o éramos la misma piel, el aire comprimido que estaba a nuestro alrededor como si el mundo contuviera el aliento.
Este beso era dulce, apasionado, lleno de deseo y de furia. Un beso feroz, urgente, inevitable. Un beso lleno de rabia, deseo y miedo. Un beso que no pidió permiso, porque había esperado demasiado. Y aunque mi mente gritaba que era un error, mi cuerpo susurraba que siempre lo había estado esperando. No debía haber sido, iba contra toda lógica y todo lo que había pasado, y quizás por eso era más verdadero que cualquier cosa que yo hubiese experimentado en mi vida. Oponerse no era una opción, ni siquiera lo intenté, pues mi cuerpo mandaba y decidía solo.
Bajo todo el frío del odio, del desprecio, de la enemistad, de mi