Julieta
El silencio de los túneles era espeso, mis pasos resonaban apagados, húmedos, y el aire estaba tan quieto que podía escuchar cada latido en mi pecho. Apoyaba mi mano sana en las paredes irregulares de piedra, el túnel era oscuro, tanto que no podía ver a más de unos pocos pasos, y la única guía que tenía eran las gotas que caían, rítmicas, como un metrónomo que marcaba el paso de algo antiguo y vivo.
No sabía cuánto tiempo había caminado. La adrenalina de la huida inicial se había disipado, y ya no escuchaba a los hombres lobo persiguiéndome.Había huido, pero perdí a Alfonso y me quedé con más dudas que respuestas. Estaba sola.
—Vamos, Julieta —me dije en voz baja—. Solo un poco más.
Fue entonces cuando escuché una voz, esta vez no era una respiración, ni un murmullo, era una voz femenina, clara como si estuviera a mi lado.
¿Julieta?
Me detuve de golpe. La voz flotó en el aire, suave, femenina, joven. Había algo dulce en ella, aunque sonaba insegura, como si hablara por primer