Capítulo 110

La mañana siguiente llegó sin la fanfarria de una tormenta, sino con la quietud fría y cortante que la precede. No había dormido, no realmente. Mi mente había trabajado toda la noche, trazando mapas, evaluando amenazas y diseñando una estrategia de batalla. La mujer rota que se había derrumbado en los brazos de Adrian ya no existía. En su lugar, había una calma de acero, una claridad forjada en el fuego de la desesperación.

Me levanté de la cama antes de que sonara la alarma. Lo primero que hice fue mirar el teléfono. El mensaje de Adrian seguía ahí: “Perdóname”. Una punzada de confusión intentó abrirse paso, pero la aparté con una disciplina recién descubierta. Un general no puede permitirse dudar por un flanco incierto cuando el enemigo principal está a punto de tomar la capital. Archivé la conversación en mi mente en una carpeta etiquetada como “Después”.

“No ahora, Adrian. Primero la guerra.”, me dije internamente.

Elegí mi atuendo como si escogiera una armadura: un traje pantaló
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