EMILIA
— ¿Me odiabas? ¿O solo lo fingías?
Mi voz salió más baja de lo que pretendía, pero el filo de la pregunta se sintió como un disparo en medio del silencio que nos rodeaba. El aire en la sala se volvió denso, como si hasta las paredes contuvieran la respiración. Cada palabra mía tenía filo, pero también cicatriz. No era una acusación, era una súplica disfrazada.
Tenía las emociones a flor de piel y. . . El hecho de que Brandon estuviera viéndome desde las sombras, apoyándome en mi carrera, observándome dormir, apoyándome en mi sueño, era algo que cambiaba por completo la soledad que hubo en cinco años.
Brandon no respondió de inmediato. Lo observé apretar la mandíbula, como si luchara con cada uno de sus pensamientos. Sus ojos evitándome, como si mi mirada lo quemara o lo obligara a enfrentar una verdad que había enterrado demasiado tiempo. Ese nudo en su garganta que no sabía cómo desatar decía más que cualquier palabra. El silencio también puede ser una confesión.
Él dio un pa