Mauricio no esperaba que Valeria se hubiera dormido antes que él. Supuso que había estado trabajando mucho últimamente y estaba agotada. Con un leve toque, acarició su mejilla y la atrajo hacia su pecho.
Cuando Valeria despertó, la habitación estaba sumida en oscuridad, con apenas un rayo de luz entrando por la ventana. Encendió la lámpara y echó un vistazo a la hora en su teléfono. Había planeado solo una breve siesta, pero terminó durmiendo hasta las seis de la tarde.
—¿Ya despertaste? —preguntó.
Valeria se giró y vio a Mauricio recostado a su lado, apoyando su cabeza en una mano, mirándola con sus ojos profundos. La camisa del hombre estaba toda arrugada, y los botones superiores desabrochados revelaban su cuello y un trozo de piel bronceada...
Si no fuera porque sus ojos no parpadeaban, Valeria habría pensado que podía ver.
Con una tos disimulada, Valeria desvió la mirada de su cuello y se sentó en la cama.—¿Por qué no me despertaste? El señor Escobar dijo en el almuerzo que quería