— Ya están cambiando todos los muebles de tu habitación. Ordené poner jarrones más grandes y resistentes, para que la luna te los pueda arrojar varias veces — comentó Roland, mientras caminaba al lado de Kogan por el pasillo.
Kogan se detuvo en seco, girando la cabeza para mirar a Roland con una expresión seria.
— ¡Me alegra que te estés divirtiendo! — dijo con sarcasmo, antes de retomar su marcha hacia el despacho.
— ¡Es lo mejor que he visto en los nueve siglos que llevo contigo! — le mencionó Roland con un tono de burla y una gran sonrisa en sus labios, siguiéndolo.
Ambos entraron al despacho, Roland, su primer beta y amigo, le inició a informar cómo su luna había podido salir sin ser detectada.
— La descubrieron porque tiene tu aroma, por eso pudo salir de la mansión sin problemas — le informó.
— ¡Sé que tiene mi aroma! Rax se encargó de dejarlo en todo su cuerpo — respondió.
— ¡Kogan llegó hasta el bosque, porque pensaron que estaba marcada! Los centinelas que rodean la mansión si