Oshin, con su cara sonrojada y una sonrisa bellísima en sus carnosos labios húmedos, me miraba con una mezcla de nerviosismo y dulzura que me derretía por dentro.
Sus ojos, de un tono miel profundo, brillaban con una suavidad que me hacía perderme en ellos, y su expresión, a pesar de la tensión que evidentemente sentía, era tan malditamente tierna que no podía evitar sentir un calorcito en el pecho. Aquella mirada que reflejaba una vulnerabilidad que sólo él parecía mostrarme, me inquietaba y me emocionaba a la vez.
Estaba al otro lado de la mesa, en el pequeño rincón del bosque donde habíamos decidido almorzar, lejos de la casa. Un lugar que hasta ese momento no había imaginado jamás, pero que ahora se extendía ante mí como el escenario de una película cursi, la más romántica que pudiera haber imaginado. Bajo la sombra de un árbol enorme, el aire fresco del bosque acariciaba mi piel, y el susurro de las hojas movidas por la brisa formaba la banda sonora perfecta de aquel momento.