Las lágrimas volvieron a abandonar mis ojos. Otra vez.
Gruñí con frustración, sintiendo la ardiente humillación de mi propia debilidad. ¿Cuántas veces más iba a llorar? ¿Cuántas veces más me permitiría este miserable espectáculo?
No podía seguir así.
Esto era una mierda. Una jodida mierda.
Mis lágrimas no lo traerían de vuelta. No harían que su pecho volviera a levantarse con un suspiro. No harían que sus ojos se abrieran de nuevo para encontrar los míos, llenos de esa calidez que solo él me ofrecía.
No harían que me sonriera con esa mezcla de diversión y devoción que tanto amaba.
No harían que sus manos buscaran las mías en la oscuridad de la noche.
No harían que me susurrara mi nombre con esa voz ronca antes de hacerme suya una vez más.
Nada de eso volvería a suceder.
Nada lo haría levantarse de esa cama.
Un sollozo ahogado escapó de mi garganta antes de que pudiera evitarlo.
Gruñí con impotencia, con rabia, y golpeé la pared con tanta fuerza que el dolor subió en un latigazo desde