La encontré en la misma posición.
Tirada en el suelo, con el rostro escondido entre sus brazos, su cuerpo sacudido por el llanto.
Cada sollozo me golpeaba como una maldita daga en el pecho. Nunca había visto a Fumiko así... rota.
Por más que lo intentara, por más que buscara algo que decir, nada podría aliviar ese dolor. Su dolor. El que la estaba consumiendo desde adentro.
Y eso me estaba matando.
Avancé con lentitud, sin hacer ruido, acercándome a ella con la única intención de abrazarla.
Pero antes de que mis brazos pudieran rodearla, su voz me detuvo.
-No me toques.
Fue un gruñido bajo, rasposo, con el tono quebrado de alguien que ha llorado tanto que apenas puede seguir respirando.
Mis manos quedaron a centímetros de su espalda, inmóviles. Por un instante pensé en ignorarla, en sujetarla de todos modos, en sostenerla para que dejara de derrumbarse.
Pero no lo hice.
Simplemente me quedé allí, de pie, mirándola desde arriba con una opresión en el pecho que amenazaba con ahogarme.
-