" Iba con Fumiko en mi lomo, la noche aún abrazando el mundo con su manto oscuro. Quería llevarla a un lugar especial, uno que solo compartía con aquellos que realmente significaban algo para mí. Sus manos se aferraban a mi pelaje negro, como si el simple contacto de sus dedos me conectara de una manera que nunca había sentido antes. La calidez de su cuerpo sobre el mío me hacía sentir más vivo que nunca. Cada pequeña risa que se escapaba de sus labios no solo se oía, sino que se sentía, como una vibración en el aire, un susurro que tocaba mi alma de una forma que nunca imaginé. La risa de Fumiko era un bálsamo, un alivio que me llenaba por completo, haciéndome olvidar cualquier otro pensamiento o preocupación. Su alegría me envolvía, y el mundo a nuestro alrededor parecía desvanecerse, dejando solo el sonido de sus risas y el ritmo de mis pasos.
Era de madrugada aún, las estrellas apenas visibles en el cielo, como si quisieran guardarse un poco más de su brillo para el amanecer. La L