— ¡ESTÁS LOCA! —gritó, su voz llena de pánico, lágrimas cayendo sin cesar. Mi risa resonó, grotesca y fría. Me deleitaba en su dolor, en su impotencia, en el hecho de que había llegado demasiado lejos. Sin pensarlo, la estrellé contra otro objeto con la fuerza de mi furia, la habitación retumbó con el impacto, y su cuerpo se desplomó nuevamente al suelo.
Avancé hacia ella a paso lento, mi presencia pesada, casi palpable. El eco de mis pasos era lo único que rompía el tenso silencio. La miraba como si fuera una simple marioneta caída, un objeto roto, ya sin importancia. Sangre manchaba su ropa, la cortadura en su frente se extendía, sus brazos estaban marcados por heridas profundas. Su labio partido y la sangre que manaba de su nariz hacían que su rostro pareciera una máscara grotesca.
— ¿Loca? —gruñí, el desprecio en mi voz, mientras observaba cómo intentaba recuperar el aliento, como si aún pudiera escapar de mi furia. Claro que estoy loca, añadí, la rabia acumulada saliendo a borbo