Capítulo 3. Traiciones y deudas

Pocas horas más tarde, Chekov las acompañaba en silencioso secreto por las calles menos concurridas de Viborg hasta salir de la pequeña ciudad.

En las afueras, un vehículo los esperaba, con el tanque lleno.

El hombre conducía, mientras Anya observaba todo, incapaz de descansar, mientras Sonya dormía en su regazo.

La niña estaba debilitada por su salud, por el hambre, por la angustia.

Su hermana se preocupaba, pero no podía hacer nada, excepto acariciar su cabello mientras dormía. Excepto velar sus sueños, esperando que todo saliera bien.

Chekov llevaba el vehículo por caminos desconocidos, sin asfaltar, acercándose a través de los escasos kilómetros que los separaban de la frontera con Finlandia.

Le habló en un susurro:

-Cuando estén del otro lado, las buscará un buen amigo mío, hagan lo que él les diga. Nos detendremos cerca de la costa, que es la parte de la frontera que está menos vigilada, desde allí él las recogerá y les indicará si seguirán por mar o por tierra algunos kilómetros más… ¿entendido?

-Sí… gracias Chekov.

Por fin, llegaron a la frontera y la cruzaron sin ninguna dificultad. Él tenía razón, allí no había vigilancia.

Las dejó a la orilla de un camino pedregoso, en la costa, con una pequeña ración de comida, y se alejó luego de abrazarlas con algo de nerviosismo, deseándoles suerte.

Se quedaron agazapadas, escondidas entre algunas grandes rocas que hacían de pobre resguardo, soportando el viento frío, cuando las luces de un auto las iluminó de frente.

Anya se sintió aliviada, sacudiéndose el entumecimiento de sus músculos, hasta que el hombre que conducía descendió del vehículo y se mostró frente a ellas iluminado por por faros delanteros.

Ella lo reconoció al instante. Era uno de los hombres de Jasha, el tatuaje en su mano lo delataba, y la expresión sombría de su rostro.

Chekov las había traicionado.

Y, por si le quedaba alguna duda, el mismísimo Jasha se bajó del vehículo desde el asiento trasero, con una expresión de macabra satisfacción.

Detrás de ella, Sonya estaba aún oculta por las sombras y las rocas del camino.

Entonces Anya le susurró:

-No dejes que te vean, Sonya, y recuerda dónde nos veremos… Kasparov, Helsinki…

-Sí… pero no me dejes…- sollozó.

-Los alejaré de tí para que puedas escapar cuando nadie te vea. Pero sobreviviré para que nos encontremos… Te lo juro… busca algún bar cerca de esta casa…

Le tendió el papel con la dirección que ella ya había memorizado, y la besó en la frente.

Entonces Anya caminó erguida exponiéndose a la luz varios metros más adelante, mientras se alejaba lo más posible de su hermana.

-Malditos cobardes traidores… ¿Así que Chekov me traicionó, eh?

Jasha se le acercó con determinación.

-Así es, chiquilla tonta. Nadie se atreve a oponerse a mí. Será mejor que vengas con nosotros…

-Ni lo sueñes…

De inmediato ella comenzó a correr hacia el mar, en medio de la oscuridad, con todas sus fuerzas. Estaba cerca, podía oír las olas golpeando en las rocas de la orilla.

Era un mar helado, pero era su único camino a la libertad.

Y lejos del escondite de su hermana menor.

Jasha y sus dos hombres corrieron tras ella, provistos con grandes linternas.

A diferencia de Anya, que tropezaba en la oscuridad, ellos daban enormes zancadas con toda seguridad.

Pronto le dieron alcance, justo cuando la joven llegaba al borde de un acantilado.

Hacia abajo, todo era oscuridad en esa noche sin luna.

-Estás acorralada, Anya. No seas tonta. Esto no tiene por qué terminar mal. Tú me das ese mapa y yo no les haré nada. Sabes que es cuestión de tiempo para que encuentre a tu hermanita y te aseguro que la puedo hacer sufrir. Sin embargo, sólo quiero ese mapa.

Ella lo desafió.

-No tengo ningún mapa, Jasha, no sé de qué hablas…

-Oh, sí que lo sabes. El mapa lo tenía tu padre, el idiota de Dmitry. Lo sé muy bien…

-¿Y cómo estás tan seguro?

-Porque Chekov me lo dijo. Y sé que tu padre no moriría sin dejarle esa información a alguien, y ese alguien eres tú…

Se acercó unos pasos mientras Anya retrocedía.

-Vamos… eres una joven muy bonita, no me gustaría desperdiciar ese potencial asesinándote, prefiero divertirme contigo. Tú me das el mapa, te portas bien conmigo, y yo dejo en paz a Sonya y me olvido de este desagradable asunto…

-Nunca podría olvidar lo que le hiciste a mi padre, me das asco. Nunca dejaré que me pongas un dedo encima. Antes te lo corto…

El hombre se rió con maldad.

-¿Tú? Tu no podrías contra mi, muchacha. ¿Acaso sabes usar armas? No sabes nada. Ni siquiera de lo que realmente hacía Dmitry. Eres despierta y fuerte, lo reconozco, pero no eres rival para nosotros…

Tendió una enorme mano y la miró con ira.

-Me estoy cansando, dame ese mapa.

-¿Qué mapa?

-¡El del tesoro de Bruno Villalobos, niña estúpida!

-No lo tengo… y si lo tuviera, preferiría destruirlo antes que dártelo…

Retrocedió un par de pasos más, hasta toparse con el borde afilado del precipicio.

El mar helado era su única salida.

Tomó aire con fuerza, y, decidida y sin pensarlo demasiado, se arrojó al agua.

El golpe helado la hizo sentirse inmediatamente al borde de la congelación, pero la adrenalina en su sangre la obligó a moverse en la oscuridad.

No veía la orilla, no sabía si nadaba mar adentro o si llegaría a la costa en algún momento.

No era muy buena nadadora, pero el ansia de sobrevivir la movía, mientras el frío le calaba los huesos cada vez más hondo.

"Tienes que vivir, Anya, nada, nada más. Tienes que buscar a tu hermana, tienes que vengar a tu padre, tienes que asesinar a Jasha, tienes que conseguir el tesoro y el poder, y destruirlos a todos, eres fuerte, ya sobreviviste otras veces, estás viva a pesar del dolor… nada… nada más… busca la m*****a orilla…".

De repente, sintió a sus pies tocar el fondo… estaba en la costa, completamente helada, tiritando tanto que apenas lograba moverse.

"No te detengas… ahora camina… camina… un paso tras otro… muévete, Anya. Este no es tu final, no es tu muerte… es tu renacimiento… debes vengarte… Camina… camina más".

Sus pasos lentos la alejaban de la costa, mientras la luz de la aurora iba dando su brillo fantasmagórico a la tierra que iba pisando, helada, pero libre. Nadie la había seguido en su locura, no había un alma en este camino.

A lo lejos, las letras de un cartel que no reconoció, le dieron la pauta de que había emergido del lado finlandés, y ya no estaba en Rusia.

Había llegado a Finlandia, pero completamente sola.

Miró hacia el sol, que se asomaba con tímida calidez y se detuvo a esperarlo, a rogar que sus rayos la llenaran.

A rogar que su hermanita hubiera escapado, con la dirección hacia Kasparov, su salvador, y que pronto pudieran encontrarse.

Caminó por horas, los pocos kilómetros que la separaban de Helsinki, adivinando las indicaciones de los carteles.

Por fin, la ciudad se mostró ante sus ojos.

Una vez allí, buscó ayuda, y se encontró con una mujer que hablaba algo de ruso. Le anotó la dirección que guardaba en su memoria, y la señora le indicó cómo llegar, no sin darle antes un trozo de pan y un té caliente, que Anya agradeció con lágrimas en los ojos.

Cerca de la dirección de Kasparov, había un bar. Ella entró buscando a Sonya, pero no estaba allí y nadie la había visto, así que se sentó en un rincón, y esperó.

La calidez del lugar y el ruido blanco casi familiar la indujeron al sueño, y se quedó dormida.

La despertó una mano grande tocando su pecho, manoseándola.

Levantó la cabeza indignada y le dio al sujeto un fuerte golpe mientras se ponía de pie y salía corriendo del lugar.

Habían pasado muchas horas, ya era prácticamente de noche, otra vez, y Sonya no había llegado.

Tal vez era mejor contactar de inmediato al tal Kasparov y pedirle ayuda para encontrar a su hermana.

A lo mejor, a pesar de sus precauciones, la habían atrapado y tenía que rescatarla.

Así que Anya se decidió, y se acercó bajo la luz crepuscular a la dirección que su padre le había dado. Era su última esperanza.

Daba la vuelta en un callejón algo oscuro, cuando distinguió la silueta de una joven mujer, siendo acosada por un sujeto que se veía como un sucio vagabundo.

Anya no lo pensó dos veces, recogió un ladrillo del suelo y se acercó, agotada pero resuelta.

No le importó que, vista de cerca, era claro que la mujer era una prostituta, ella se resistía al hombre y a Anya eso le bastaba para acercarse por detrás y golpear con fuerza la cabeza del vagabundo, desmayándolo al instante.

La prostituta la miró con ojos desorbitados por la sorpresa, pero luego le sonrió.

-Gracias, muñeca.- le dijo en ruso.

-¿También eres rusa?

-No, pero conozco el idioma, y tu te ves rusa desde el cabello a la punta de los pies. Me llamo Kiana.

-Mucho gusto, soy Anya.

-¿Y hacia dónde vas tan sola?

-Estoy buscando a un hombre, Kasparov.

-No lo he visto en persona, pero su casa está cerca. Te acompaño.

-¿Estás segura? ¿No estás… trabajando?

Kiana se rió con genuina sinceridad.

-No, cariño, estaba en un descanso, camino a mi pequeño departamento…

-De acuerdo… me agrada un poco de compañía, Kiana.

-Te lo debo. Entre dos nos cuidaremos mejor a esta hora.

-Es verdad.

Un par de calles más tarde, llegaban a la puerta de una residencia lujosa e imponente. Anya, sobrecogida, se acercó a la puerta, donde un enorme guardia la miró con desdén de arriba a abajo.

-¿Qué quieren? Nadie solicitó prostitutas. Y menos de su calaña…

Ella enrojeció de ira, pero se contuvo.

-Busco al señor Kasparov, es un asunto importante. Vengo desde lejos, y tuve algunas dificultades, por eso mi aspecto. Pero es algo que le interesará.

-Pues resulta que es señor no está, aún no regresa de su viaje de negocios, tendrás que buscarlo en dos días.

-¿Dos días?

Eso podía ser demasiado tarde para su hermana, Sonya.

Pero no podía hacer nada más allí, así que se alejó, cabizbaja, seguida de cerca por Kiana.

-¿Estás bien, Anya?

-En realidad necesitaba urgente la ayuda de ese hombre… y ahora… tengo que buscar a mi hermana…

-Ahora te quedarás conmigo. Te lo debo. Necesitas un baño, un cambio de ropa, un plato de comida y una noche de sueño. Luego estarás en condiciones de buscar a tu hermana y de pedir ayuda de ese ricachón. Tal vez su guardia te mire con menos asco…

Anya le sonrió.

-Tienes razón, soy un desastre y apesto. No puedo hacer nada ahora. Gracias, Kiana. Nunca olvidaré tu ayuda.

-Ni yo la tuya…

En los días que siguieron, Anya iba al bar todo el tiempo, para ver si se encontraba con Sonya, aunque era cada vez más evidente que no llegaría.

Algo le había sucedido.

Fueron los dos días más largos de su vida, entre la ansiedad y la angustia de la incertidumbre.

Al tercer día, Anya se arregló lo mejor que pudo con la ayuda de Kiana, y fue hasta la casa de Kasparov.

El guardia la anunció a regañadientes, mirándola de nuevo, pero esta vez con algo de deseo.

Es que, con el cambio de ropa, el cabello suelto y los ojos brillantes, ella era una mujer muy seductora y atractiva.

Enseguida, le dijo que Kasparov la recibiría.

Con las piernas temblando, Anya cruzó la entrada para llegar a la enorme sala de la mansión.

De pie, en medio del lugar, con una camisa blanca y un pantalón gris, alto y lleno de un aura de puro poder masculino, el hombre de ojos grises y rubio como el sol la observó con curiosidad.

Anya palideció al reconocer nada más y nada menos que al torturador sanguinario del bar.

Mikhail Kasparov, era el hombre que, supuestamente, la protegería

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