Propuesta para ser amantes.

 

**—¡¿Qué carajos haces que no traes el auto?! ¡Encontré a mi luna, y la estoy perdiendo! —**rugió por el enlace mental a su beta, que seguía en el estacionamiento subterráneo.

—¿Mi rey? ¿La encontró? —dijo su beta, emocionado.

**—Acabo de hacerlo. Debemos evitar que alguien más se entere sobre su aparición. Es una humana, y muchos que prefieren verme muerto pueden intentar dañarla para que no complete el vínculo —**ordenó con su autoridad de rey.

El beta, a pesar de estar a unos metros de Derek, asintió, y Derek lo pudo percibir.

Derek, impaciente, alzó una mano para detener otro taxi, pero, inesperadamente, el taxi en que Scarlet se había ido dio marcha atrás y se detuvo frente a él.

—Perdón por robar tu taxi —dijo Scarlet, bajando la ventanilla con una voz suave, rota y dulce, como una melodía herida—. Solo quería irme de aquí… rápido. Si vamos en la misma dirección, podríamos compartirlo. Pagaré la mitad.

Derek sintió que su voz tenía el poder de calmar tormentas.  

Apretó los dientes y asintió. Debía aprovechar ese rayo de vulnerabilidad. Debía acercarse, conocerla, pero, sobre todo, convencerla.

Una vez dentro del coche, Derek no dejaba de mirarle las manos, ansiando tocarla. Pero ella solo miraba por la ventanilla, ausente.

Fingió toser.

Scarlet giró el rostro y sus ojos se encontraron. Por un momento, se quedaron suspendidos en un universo silencioso y mágico.

Había algo en él que la tranquilizaba. Como si lo conociera de otra vida, como si le diera la certeza de que nunca la dañaría.

—Me presento, mi nombre es Scarlet —ella extendió su mano.

Cuando sus dedos se rozaron, Scarlet sintió una descarga eléctrica que le cortó el aliento. Un escalofrío violento le recorrió la columna como un latigazo, haciéndola jadear. 

Retiró la mano con brusquedad, como si el contacto le hubiera quemado la piel.

El pulso le martillaba en las sienes. Una corriente tibia se le instaló en la nuca, vibrante, imposible de ignorar.

—Lo… lo siento —murmuró, como si acabara de cometer un error imperdonable.

Él no apartó los ojos de los suyos. Tenía la mirada profunda, serena… pero había un destello ahí. Como si también lo hubiera sentido.

—No pasa nada, tranquila —respondió con una sonrisa que no tocó sus labios, pero sí su voz—. Yo soy Derek.

—¿Trabajas en el club? —preguntó ella con una inocencia tan genuina que a Derek casi se le escapa la risa.

¿Él? ¿Uno de los hombres más ricos del continente? ¿Confundido con un empleado? ¡Maravilloso!

Bajó la mirada a su ropa deportiva de diseñador, al Rolex que podría pagar tres sueldos anuales, al celular de último modelo que parecía una extensión de su mano… y luego la miró a ella buscando una pizca de interés en lo superficial.

«Fascinante», pensó. «Mi luna no es como las otras. ¿Es... ciega o es ingenua? Pero es una  joya divina empacada en sarcasmo y drama humano»

Decidió jugar.

—Sí… pero me despidieron esta noche —dijo con su mejor voz de mártir varonil, bajando la cabeza como si su alma estuviera en duelo.

—Todos somos desechables —murmuró ella, mirando al frente—. Por lo fortachón que eres, diría que eras un guardia de seguridad.

Derek asintió, tragándose una carcajada. 

«¿Guardia de seguridad? »

—A mí también me echaron. Aunque no de un trabajo —añadió Scarlet, y bajó la mirada como si acabara de revelar un secreto vergonzoso—. Me tiraron como si estuviera rota. Ni siquiera comprobaron si… —se mordió el labio, arrepintiéndose.

Derek lo supo en ese instante. Lo sintió en su cuerpo, lo olió en su esencia. Su luna aún era pura. Y eso... eso lo sacudió por dentro.

Su lobo aulló con emoción, como un idiota enamorado.

—Conductor —dijo Scarlet de pronto—, déjeme en el primer bar que vea.

—Qué coincidencia —respondió Derek con una media sonrisa felina—. Iba a pedir lo mismo.

Ella levantó una ceja, sorprendida. Le sonrió. Y él, un guerrero supremo capaz de destruir ejércitos, se sintió como un adolescente con el primer amor.

—Tú vas a ahogar las penas por tu ex trabajo, y yo por un ex cabrón —dijo ella, con esa risa rota que disfrazaba el dolor con humor.

La palabra "ex" le provocó a Derek una punzada rabiosa. 

¿Quién demonios se había atrevido a romperle el corazón a su luna?

Cuando el taxi se detuvo, él sacó la billetera… pero ella lo frenó.

—Guarda tu dinero. Yo invito esta vez —le dijo con dulzura—. Estás sin trabajo, tienes que ahorrar.

Derek sonrió. ¿Ella lo estaba cuidando? ¿A él? Un alfa supremo, mimado por los mejores chefs y guardaespaldas. Qué ironía deliciosa.

Entraron al bar y él se sentó a su lado como si fuera casualidad. Pero en realidad, estaba preparado para partirle la cara al primer idiota que intentara coquetearle.

Cuatro cócteles después, Scarlet ya no distinguía entre el bartender y Batman.

—Oiga, señor guardia de seguridad —balbuceó entre risas—. Necesito dejar de ser una tonta… mustia… virginal. Como dice Zhana, ser mujer de un solo hombre es una basura. Me guardé para ese imbécil… ¡y me engañó igual!

Derek tuvo que morderse la lengua para no aullar. El dolor en su voz… lo rompía. Pero, al mismo tiempo, la ternura, la pasión, la furia con que lo decía… lo hacía amarla más. 

—Mi madre decía que si das la manzana antes del matrimonio, se irán sin más. Pero yo protegí la manzana… y él se fue con su amante. —Soltó una carcajada amarga—. ¿Sabes qué? ¡Quiero que alguien entre a mi paraíso y se coma esta estúpida manzana! ¡Estoy harta de ser tan buena! Voy a buscar un amante… ¡muchos! ¡Excepto hombres bestia, esos jamás! ¡Si Leo pudo tener amante, por qué yo no podría!

Derek se quedó rígido. Literalmente sintió cómo el oxígeno se convertía en fuego.

—Scarlet… estás ebria. Dime dónde vives. Te llevaré.

—¡Sí, estoy ebria! —gritó como si fuera un logro—. ¡Pero también estoy decidida! ¡Quiero un amante! Solo por un mes. Te pagaré. ¿Quieres ser tú?

Derek parpadeó, desconcertado. Una cosa era que lo confundiera con un guardia de seguridad y otra, que le ofreciera un contrato con paga para ser su amante.

—¿Un amante? —repitió, sin poder ocultar la sorpresa.

Scarlet frunció los labios en una mueca de fastidio y se llevó la copa a la boca.

—Olvídalo —murmuró, irritada consigo misma—. Hay todo un bar lleno de hombres disponibles. Abriré una audición para ver quién quiere llevarse a esta virgen desesperada.

Intentó levantarse, pero Derek le puso una mano suave en el brazo.

—¡Espera! No he dicho que no.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados, tambaleándose levemente.

—Entonces, escucha bien: serás mi amante por un mes. Luego te vas. Tengo tres mil dólares. Serán tuyos al final. Es como ganarse la lotería… para alguien con mala suerte.

Le guiñó un ojo con torpeza, y Derek tuvo que contener la risa.

 Para él, tres mil dólares no eran gran cosa, ni siquiera cubrían el collar de su perro, pero la forma en que ella lo decía... tan decidida, tan vulnerable, tan desarmantemente honesta… lo tocó.

—Deberías saber que no soy barato —bromeó, devolviéndole el guiño con calidez.

—No te preocupes —susurró Scarlet, más tranquila—. Acabarás siendo un hombre rico... de experiencias. Hoy empieza el trato. Si no tienes dónde quedarte, tengo un sofá libre, tres comidas al día, y hasta café por las mañanas. ¿Trato?

Alzó el meñique con una solemnidad dulce, casi infantil. Derek lo sostuvo con el suyo, sintiendo un cosquilleo eléctrico entre lo absurdo... y lo inevitable.

—Amante, vamos a casa. Hoy… hoy debes —susurró ella, con una voz rasgada, sensual y rota, — comerte mi manzana desafortunada.

Derek cerró los ojos, mientras su lobo rugía de emoción.

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