Cuando Yaneth llegó a casa, sus ojos se fijaron en el coche de Leonardo, que estaba aparcado en el patio. Con un suspiro, estacionó su coche al lado y salió, tomó a Esteban, que aún dormía profundamente, y entró en la casa.
Leonardo estaba sentado en el sofá y se levantó de inmediato en cuanto la vio entrar. Se acercó, intentando tomar al dormido Esteban en brazos, pero ella se apartó, con el ceño fruncido, y subió las escaleras hacia la habitación del niño.
Leonardo se llevó la mano a la cara. No había duda de que ella estaba enfadada porque él los había dejado plantados cuando debía pasar el día en el parque con ellos. Subió las escaleras apresuradamente y entró en la habitación de Esteban, donde vio que ella ya le había quitado los zapatos y lo había arropado en la cama.
—Jane, —la llamó, pero ella actuó como si no lo hubiera escuchado. En su lugar, se concentró en asegurarse de que Esteban estuviera cómodo.
—Por favor, escúchame —dijo él.
—¿Quieres despertarlo? —preguntó ella sin