Lucas miró a Janette durante toda la gala, con la mente llena de pensamientos sobre lo que Tía Maryanne le había dicho. ¿Había cambiado tanto que ya no la reconocía? Aunque no podría culparla. Todo era su culpa. Él era la razón por la que ella había cambiado y ahora era fría e indiferente con él.
Janette solo quería que la gala terminara para poder irse. Sentarse allí con él le resultaba muy incómodo. Cuando llegó el momento de las subastas, cruzó los brazos sin mostrar el más mínimo interés.
Mientras tanto, Rosa y Alan se miraban frente a frente; Rosa sentía deseos de destrozarlo.
—Bueno, mi noche acaba de empeorar. ¿Qué demonios haces sentado en la misma mesa que yo? —preguntó.
Alan soltó una risa nerviosa mientras se rascaba la nuca.
—¿No lo ves? El destino nos está reuniendo. Creo que estamos destinados a estar juntos.
Rosa bufó.
—Te tienes en muy alta estima, ¿no? ¿De verdad crees que alguna mujer querría estar con un abusón como tú?
—Vamos, Rosa, eso fue hace años. He cambiado —