—Sabrina, ¿está Ace contigo? —preguntó de nuevo.
Me obligué a responder—. No. No está.
—Sabrina —dijo finalmente, despacio—. Por favor, no me mientas.
—No miento —dije con la voz quebrada—. No está aquí.
—¿Entonces dónde estás?
—Ya te lo dije —respondí—. Estoy bien. No te preocupes por mí. Además, me fui.
—Te fuiste —repitió—. ¿Quieres decir que simplemente saliste de casa en medio de todo esto? ¿Sin decir una palabra?
—Tuve que hacerlo —susurré.
Soltó una risita baja, de esas que suenan más a incredulidad que a diversión—. ¿Y esperas que me crea que estás... qué? ¿En un hotel? ¿Sola?
—¿Por qué es tan imposible?
—Porque no tienes dinero para eso —dijo sin rodeos—. Nunca has ido a ningún sitio sin que yo pagara la cuenta, Sabrina. Lo único que tienes es el coche que te compré, y ese coche está aparcado en casa con tu chófer asignado en algún lugar de sus aposentos, desayunando. No tienes… —Se interrumpió, pero las palabras ya habían salido.
Sentí un nudo en la garganta—. ¿Crees que soy