Me desperté con el sonido de alguien tarareando desafinado a mi lado. Pensé que estaba soñando hasta que algo me rozó la frente. Abrí un ojo.
Ace sonreía sobre mí, con el pelo cayéndole sobre los ojos. «Buenos días, Bella Durmiente».
Gimí y enterré la cara en la almohada. «No, Ace. No. Vete. ¡Fuera!».
Rió suavemente. «Qué grosero. Llevo una hora despierto vigilándote, ¿y así me lo agradeces?».
«Mientes». Mi voz salió apagada.
«Puede ser», dijo, con un tono demasiado alegre para la hora que era. «Pero sonó romántico».
Lo miré de reojo, entrecerrando los ojos. «Ay, no. Otra vez no. Por favor, devuélveme a mi Ace guapo, misterioso y taciturno. Este es demasiado hablador».
—Sigue siendo cierto —dijo, dejándose caer en el colchón a mi lado con un suspiro que hizo que la cama entera rebotara—. Pero pareces tan tranquila cuando duermes. No quería despertarte.
—¿Entonces por qué lo hiciste?
—Porque me aburrí.
Me reí a pesar de mí misma—. Tienes la paciencia de un niño de cinco años.
Se acercó