—Ace… —empecé a decir, pero él salió y se quedó junto a la ventana, con la mano en el marco. No me miraba, todavía no.
Cuando por fin se giró, dijo con calma: —¿Sabes qué me está volviendo loco?
Forcé una risita, aunque sentía una opresión en el pecho. —Es una larga lista, Ace.
No sonrió. —Eres tú.
Se me cortó la respiración, aunque intenté disimularlo. —Ace…
—No bromeo —dijo—. Eres tú. Todos los días. Cada vez que entras en una habitación y finges que no me ves. Cada vez que hablas con él.
Se refería a Scott. No hacía falta que lo dijera.
Tragué saliva con dificultad. —Ya hemos hablado de esto.
—No —dijo, acercándose—. Hemos discutido sobre ello. Hemos dado rodeos. Nunca hemos hablado de verdad.
Me quedé mirando mis manos, con los dedos entrelazados en mi regazo. —¿Y de qué quieres hablar?
Exhaló, pasándose una mano por el pelo. —De cómo se siente. De cómo se siente realmente verte vivir en esta casa con él.
Levanté la vista. Sus ojos estaban más oscuros de lo normal.
—Ace… —empecé a