—Confío en que quedarás impresionada, cariño —respondió Alejandro con una sonrisa ladeada, manteniendo los ojos en la carretera.
Luciana comenzó a sacar las prendas cuidadosamente dobladas. Todo estaba impecable: vestidos ligeros, conjuntos cómodos para el día, ropa formal para la noche, e incluso sus pijamas favoritas. Sus cejas se alzaron al notar que cada prenda reflejaba exactamente su estilo y preferencias. Pero lo que realmente llamó su atención fue un pequeño conjunto de lencería exquisita, color vino tinto, escondido discretamente en una esquina de la maleta.
Ella lo levantó con cuidado, dejando que la delicada tela de encaje se deslizara entre sus dedos, y luego lo miró de reojo, una chispa de diversión brillando en sus ojos.
—Vaya, Alejandro... parece que planeas complacerme más de lo que pensaba.
Alejandro soltó una ligera carcajada, sin apartar la vista del camino.
—Por supuesto. Un hombre inteligente siempre está preparado para cualquier ocasión.
Luciana negó con la cabez