Después de una devastadora ruptura, Luciana Méndez pensó que nunca volvería a amar. Pero cuando su camino se cruza una vez más con Alejandro Ferrer, el millonario que le rompió el corazón, las chispas de un amor olvidado se encienden de nuevo. Alejandro, un magnate arrogante pero irresistible, ha cambiado y ahora está dispuesto a hacer lo que sea para recuperarla. Lo que Luciana no sabe es que Alejandro guarda un secreto que podría destruir cualquier posibilidad de reconciliación entre ellos. A medida que la pasión y el deseo se reavivan, Luciana lucha con el dolor del pasado y la tentadora posibilidad de una nueva vida al lado del hombre que una vez amó. ¿Podrá darle una segunda oportunidad al amor, o su corazón sufrirá una traición aún mayor? En un mundo donde el poder y la fortuna lo son todo, a veces el verdadero valor reside en arriesgarlo todo por un amor que nunca se extinguió.
Ler maisEl aire estaba impregnado de elegancia y promesas en la gala benéfica que Luciana Méndez había estado esperando durante semanas. Las luces brillantes del salón de baile danzaban sobre las mesas decoradas con arreglos florales, y el murmullo de conversaciones animadas creaba una atmósfera vibrante. Pero en el fondo de su corazón, Luciana sentía un nudo, una mezcla de emoción y ansiedad.
— ¿Por qué acepté venir? —se preguntó, ajustándose el escote de su vestido negro que abrazaba sus curvas de manera halagadora. Su mejor amiga, Clara, la había convencido de asistir, insistiendo en que necesitaba distraerse y dejar atrás el dolor de una ruptura que aún resonaba en su pecho. Sin embargo, esa misma mañana, había recibido un mensaje que la inquietó:
— Alejandro Ferrer será el invitado principal —
— No puedo creer que él esté aquí —susurró Luciana mientras tomaba un sorbo de champán, su mirada recorriendo la sala. La idea de encontrarse con el hombre que una vez había sido su mundo la llenaba de incertidumbre. Alejandro, el magnate que le había robado el corazón, que había sido su primer amor y su primera herida.
— Olvídalo, Luciana. Solo es una gala —se dijo a sí misma, aunque su voz interior no podía ocultar la anticipación que le recorría la piel.
El murmullo de la sala se hizo más fuerte cuando Alejandro apareció en la entrada, deslumbrante en su traje negro. Su presencia era magnética, como si la sala se iluminara a su alrededor. Luciana sintió que el aire le faltaba por un instante, recordando cada momento compartido con él, cada risa, cada susurro de promesas que parecían tan lejos ahora.
— Luciana —llamó Clara, sacándola de su trance—. Mira, ¡es Alejandro! ¿No es impresionante?
— Sí —respondió Luciana, tratando de sonar despreocupada—. Impresionante.
La mirada de Alejandro recorrió la sala, deteniéndose en ella como si la atracción fuera un hilo invisible. Sus ojos, oscuros y profundos, revelaron una sorpresa que Luciana no esperaba ver. Un instante eterno se desdobló entre ellos, lleno de memorias y preguntas sin responder.
— No puede ser —murmuró Clara—. ¿Vas a quedarte aquí parada? ¡Ve a hablar con él!
El corazón de Luciana latía con fuerza mientras sus pies parecían moverse por voluntad propia. — No estoy lista —pensó, pero antes de que pudiera retroceder, Alejandro ya se acercaba, su rostro iluminado por una sonrisa que había añorado durante tanto tiempo.
— Luciana —dijo él, su voz grave y suave como la seda—. No esperaba verte aquí.
— Yo tampoco —contestó ella, tratando de mantener la compostura—. Clara me convenció.
La conversación se estancó en la incomodidad, pero el magnetismo entre ellos seguía ardiendo. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y los recuerdos de su amor perdido inundaban sus mentes.
— Te ves… bien —dijo Alejandro, el tono de su voz reflejando una mezcla de admiración y nostalgia.
— Gracias. Tú también —Luciana sintió una oleada de calor—. ¿Cómo has estado?
— Ocupado —respondió él, la chispa de su mirada oscureciéndose un poco—. El trabajo no se detiene.
— Supongo que eso nunca cambia —comentó Luciana, deseando que la conversación fluyera con más facilidad.
La música de fondo cambió, y el ambiente se volvió más animado. Alejandro dio un paso más cerca, su proximidad enviando un cosquilleo por su piel.
— Luciana, hay algo que quiero decirte —comenzó, su voz baja y casi reverente.
Antes de que pudiera continuar, un grupo de invitados se acercó, interrumpiendo el momento con risas y charlas despreocupadas. Luciana sintió que su corazón se hundía. La oportunidad de escuchar lo que tenía que decir se desvanecía como un susurro en el viento.
— Lo siento, tengo que… atender esto —se excusó, dando un paso atrás. Pero en su interior, un torrente de emociones se agolpaba, la esperanza y el miedo luchando por salir.
— Luciana —la llamó Alejandro, pero ella ya se alejaba, sintiendo la mirada intensa de él en su espalda. El eco de su nombre resonaba en su mente mientras se perdía entre la multitud, el deseo y el dolor de su amor perdido pisándole los talones.
Mientras la gala continuaba a su alrededor, Luciana sabía que su mundo había cambiado de nuevo. Alejandro había vuelto, y con él, las sombras del pasado y las posibilidades de un futuro que apenas podía imaginar.
La gala seguía en su apogeo, pero para Luciana, el bullicio del salón se convirtió en un murmullo distante. Sus pensamientos giraban en torno a Alejandro, cuya presencia aún la envolvía como un aroma familiar. Mientras Clara se perdía en las conversaciones con conocidos, Luciana se escabulló hacia un balcón que daba al jardín iluminado por la luna.
El aire fresco le acarició el rostro, y las estrellas brillaban en el cielo como pequeños testigos de su tormento interno.
— ¿Por qué tuvo que aparecer ahora? —murmuró para sí misma, sintiendo cómo la angustia y la nostalgia se entrelazaban en su pecho.
— Luciana —la voz profunda de Alejandro la interrumpió, y su corazón se detuvo por un instante. Se volvió lentamente, encontrándolo allí, en la entrada del balcón, con la luna iluminando su figura—. ¿Te importa si me uno a ti?
Ella tragó saliva, asintiendo con un gesto casi involuntario.
— No, claro. Adelante.
Alejandro dio un paso hacia ella, la cercanía intensificó la electricidad en el aire.
— Es hermoso aquí —dijo, mirando hacia el jardín—. No recordaba cuánto me gustaba este lugar.
— Siempre fue un refugio —respondió Luciana, sin poder evitar que su mente viajara a los días felices que habían compartido allí—. ¿Recuerdas cuando…?
— Cuando organizamos esas fiestas de verano —completó él, una sonrisa brotando en sus labios—. Eras la reina de los cócteles.
— Y tú eras el rey del baile —bromeó Luciana, pero su voz temblaba al recordar cómo sus cuerpos se movían al unísono, cómo cada baile era un susurro de promesas. La risa se desvaneció, dejando un silencio tenso entre ellos.
— Han pasado tantas cosas —dijo Alejandro, rompiendo la quietud—. Me arrepiento de no haberte buscado. Nunca debí dejar que te alejaras.
Luciana sintió una punzada en el corazón.
— No creo que hayas tenido opción, Alejandro. Las cosas no siempre son tan simples —su tono era defensivo, pero en su interior, una parte de ella anhelaba creer que aún había esperanza.
— Lo sé, pero te prometo que he cambiado —dijo él, su mirada intensa fija en la suya—. He pasado por muchas cosas desde nuestra ruptura. Cosas que me han hecho darme cuenta de lo que realmente importa.
— ¿Y eso incluye a la mujer que dejaste atrás? —Luciana no pudo evitar soltar la pregunta, sus emociones desbordándose—. ¿Qué me hace diferente esta vez?
— Porque te amo, Luciana —respondió Alejandro con una sinceridad que le quitó el aliento—. Siempre lo he hecho. No hay un día que pase en que no desee volver a estar contigo.
Las palabras flotaron en el aire, llenando el espacio entre ellos de un calor palpable. Luciana sintió cómo su corazón latía con fuerza, pero su mente se resistía.
— No podemos simplemente volver a lo que éramos. Las cosas son diferentes.
— ¿Por qué no? La vida es corta, y el tiempo que perdimos no lo recuperaremos —insistió él, acercándose un paso más, hasta que casi podía sentir su aliento—. Quiero arriesgarlo todo por ti.
La vulnerabilidad en su voz hizo que el corazón de Luciana se abriera, pero el miedo seguía presente.
— ¿Y si me rompes el corazón de nuevo? —la pregunta salió de sus labios como un susurro.
— No lo haré —prometió él, extendiendo su mano hacia ella—. Te lo juro.
Luciana miró su mano, la tentación era abrumadora.
— No sé si puedo confiar en ti.
— Dame una oportunidad —suplicó Alejandro, su voz resonando con anhelo—. Solo una. Y si no te convenzo, te dejaré ir.
El silencio se extendió entre ellos como un abismo. Luciana sintió que la lucha interna en su corazón alcanzaba su punto máximo. ¿Podría arriesgarse a abrir su corazón de nuevo? El amor, tan hermoso y doloroso, la llamaba como un canto lejano.
Finalmente, con un suspiro temeroso, extendió su mano hacia la suya.
— Una oportunidad.
Alejandro tomó su mano, una conexión que resonó en sus almas, y en ese instante, todo el dolor y el miedo parecieron desvanecerse. Mientras la noche los envolvía, Luciana supo que, aunque el futuro era incierto, el amor que compartían aún brillaba con la misma intensidad que antes.
Las estrellas brillaban sobre ellos, testigos silenciosas del nuevo comienzo que se estaba gestando en aquel balcón. El toque de la mano de Alejandro contra la de Luciana era cálido, familiar, como si el tiempo no hubiera pasado, como si todas las barreras que los habían separado se desvanecieran en un solo instante. Pero mientras sus manos estaban entrelazadas, Luciana sabía que no todo sería tan fácil.
— Alejandro —dijo, su voz suave pero firme—, no puedo ignorar lo que pasó entre nosotros. No puedo pretender que el dolor y la desconfianza desaparezcan de la noche a la mañana.
Él asintió, su expresión mostrando una mezcla de comprensión y determinación.
— Sé que te hice daño, Luciana. Lo último que quiero es repetir ese error. Pero también sé que lo que sentíamos el uno por el otro nunca se ha apagado. No puedo negar que aún te amo, y estoy dispuesto a demostrarte que esta vez es diferente.
Luciana apartó la mirada, observando el jardín iluminado por las luces suaves que titilaban como luciérnagas. Había un nudo en su pecho, un miedo a volver a caer en las mismas trampas del pasado. Sin embargo, una parte de ella, la parte que aún lo amaba, quería creer en su sinceridad.
— No sé si puedo arriesgarme otra vez —susurró—. Cuando me dejaste, sentí como si una parte de mí se rompiera, como si nada pudiera volver a ser como antes.
— No te pido que olvides —dijo Alejandro, su voz teñida de remordimiento—. Te pido que me des la oportunidad de enmendar lo que hice. Sé que será difícil, pero estoy dispuesto a luchar por ti, por nosotros. Esta vez, no hay barreras ni excusas. Estoy aquí por ti, Luciana, y no pienso volver a perderte.
El corazón de Luciana latía con fuerza, dividido entre el deseo de protegerse y el anhelo de dejarse llevar por las emociones que aún la ataban a él. Todo lo que había sucedido entre ellos —el amor, la pasión, las lágrimas— volvía a su mente como una película que no podía detener.
— ¿Y si no funciona? —preguntó, su voz apenas un murmullo—. ¿Y si volvemos a hacernos daño?
Alejandro dio un paso más cerca, levantando su mano libre para acariciar suavemente su rostro. El contacto fue delicado, como si temiera romperla.
— Si no lo intentamos, siempre nos quedará la duda. Siempre nos preguntaremos qué pudo haber sido. Pero si me das la oportunidad, te prometo que lucharé cada día para que nunca te arrepientas de haberme dado una segunda chance.
Luciana cerró los ojos un momento, dejando que el calor de su mano en su rostro la reconfortara. Aún podía sentir el peso de la traición pasada, pero también el latido persistente del amor que nunca había desaparecido.
— No, pero podemos intetarlo por la gala —dijo finalmente, abriendo los ojos para mirarlo de frente—. Te daré una oportunidad, si lo arruinas en la gala pues no te la acabaras commigo, pero es lo unico que nos une que lastima. Pero esto no significa que todo esté resuelto, Alejandro. Tendremos que trabajar en esto, en nosotros, y necesitaré tiempo.
Alejandro sonrió, una sonrisa cargada de alivio y esperanza.
— Lo que sea necesario. Solo quiero estar contigo, Luciana.
Por un momento, el mundo exterior dejó de existir. Solo estaban ellos dos, bajo el cielo estrellado, con el viento suave que acariciaba sus rostros. Alejandro se inclinó lentamente hacia ella, sus labios rozando los de Luciana en un beso que fue al principio vacilante, pero luego se profundizó, cargado de todas las emociones reprimidas durante tanto tiempo.
Cuando se separaron, Luciana sintió que algo dentro de ella había cambiado, como si un muro invisible hubiera comenzado a desmoronarse. Aún había miedo, sí, pero también había esperanza.
— Será mejor que volvamos adentro —dijo ella con una pequeña sonrisa—. Clara probablemente me esté buscando.
Alejandro rió suavemente.
— No quiero monopolizarte toda la noche… aún.
Luciana sintió que una chispa de felicidad florecía en su interior. Mientras caminaban de vuelta al salón de la gala, tomados de la mano, supo que aunque el camino hacia la reconciliación sería largo, al menos estaban comenzando de nuevo.
El bullicio de la fiesta los recibió cuando cruzaron la entrada del balcón, pero todo parecía más liviano, como si la noche les hubiera dado una nueva oportunidad. Clara los vio acercarse y alzó una ceja en señal de sorpresa, pero con una sonrisa cómplice en su rostro.
— Parece que las cosas han cambiado un poco —murmuró Clara cuando Luciana llegó a su lado.
Luciana solo asintió, sin poder contener la sonrisa que aparecía en sus labios. Sí, las cosas habían cambiado, y aunque el futuro seguía siendo incierto, por primera vez en mucho tiempo, sentía que había algo por lo que valía la pena luchar.
La mañana siguiente, la luz suave del sol se filtraba por las cortinas, bañando la habitación en un tono cálido. Luciana despertó lentamente, el dolor y la fatiga todavía presentes en su cuerpo, pero al abrir los ojos, vio a Alejandro sentado junto a ella, con su mirada fija y protectora.—¿Cómo te sientes? —preguntó él, con voz suave pero cargada de preocupación.Luciana sonrió débilmente, levantando una mano para acariciar su rostro. —Mucho mejor, amor. Gracias por no dejarme sola... por estar aquí, siempre.Alejandro apretó su mano, sus ojos reflejando todo el amor que sentía por ella. —No tienes que agradecerme, Luciana. No me voy a separar de ti, nunca más.Con un suspiro, Luciana trató de incorporarse, aunque el cansancio aún pesaba en su cuerpo. El simple hecho de estar allí, rodeada de la tranquilidad de la habitación y del amor de Alejandro, la hacía sentir más fuerte. Pero algo seguía en su mente, algo que no podía ignorar.—¿Cómo están los bebés? —preguntó, su mirada buscan
Alejandro la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su corazón aún latía desbocado. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero al mismo tiempo, sentía una profunda gratitud al ver que Luciana había recuperado la conciencia. Sus manos temblaban mientras le acariciaba el rostro, su voz quebrada por la emoción.—No quiero perderte... No puedo vivir sin ti, Luciana. —dijo, en un susurro, como si esas palabras fueran las más importantes que había pronunciado en su vida.Luciana lo miró, aún débil, pero con una sonrisa tímida en sus labios. —No me vas a perder, amor... Estoy aquí. Estoy aquí contigo. —su voz era suave, pero llena de fuerza, como si estuviera luchando por él tanto como él por ella.La enfermera observó con cuidado cómo Luciana comenzaba a estabilizarse y respiraba con más calma. —Vamos a tener que hacer más pruebas, pero por ahora, ella está fuera de peligro. —dijo con voz tranquila, pero con un leve toque de preocupación en su tono. —Necesitamos que se recupere completamente. Vam
Cuatro meses habían pasado desde que Luciana y Alejandro recibieron la noticia de que esperarían un bebé. El tiempo volaba entre los preparativos, los cambios de Luciana y las pequeñas sorpresas que la vida les ofrecía cada día. La emoción era palpable en la mansión, pero ambos sabían que era el momento adecuado para compartir con sus familias la gran noticia.Alejandro, con una sonrisa de complicidad, miró a Luciana desde el salón mientras se preparaba para reunir a su familia. Ambos sabían que el momento llegaría, y al fin el día había llegado. Después de todo, habían tenido un tiempo para adaptarse a la idea, para sentirse listos. El amor que compartían había crecido, y la promesa de ser una familia aún más unida se volvía cada vez más real.—¿Lista, mi amor? —preguntó Alejandro, acercándose a Luciana mientras ella ajustaba su vestido. Había algo mágico en el ambiente, algo que los hacía sentir más cerca de lo que nunca habían estado.—Estoy nerviosa, pero emocionada. —Luciana sonr
El aire de la habitación parecía pesado, cargado de tensión y ansiedad, mientras Luciana intentaba procesar todo lo que había ocurrido en esos breves pero largos minutos. Alejandro, a su lado, no dejaba de mirarla, vigilando cada uno de sus movimientos, como si su vida dependiera de ello. Su corazón seguía acelerado, aún recorriendo los retazos de miedo que había experimentado al ver a Luciana desmayada, a punto de perderla.De repente, el sonido de un coche que frenaba frente a la mansión llegó hasta ellos. En cuestión de segundos, la puerta se abrió y apareció el enfermero, un hombre joven, de unos 30 años, con una expresión seria pero profesional. Traía una maleta médica en mano, y su rostro reflejaba un enfoque calmado, como si ya hubiera visto muchas situaciones similares.—Señor Alejandro, ¿cómo está ella? —preguntó el enfermero con voz firme, pero también con una suave preocupación. Se acercó rápidamente a Luciana, que, aunque ya respiraba con normalidad, seguía débil y desorie
años despues las gemelas ya tenian 5 años .... después de todo lo que habian pasado, la vida en la mansión había tomado un giro diferente. Luciana y Alejandro, ahora más unidos que nunca, disfrutaban de noches de pasión que se alargaban hasta las primeras horas de la mañana. Habían retomado su relación de una manera intensa, arriesgada, como si se estuvieran redescubriendo en cada caricia, en cada susurro, y las horas pasaban sin que se dieran cuenta. La tensión de los últimos meses, las preocupaciones, los miedos… todo eso parecía haberse desvanecido, reemplazado por un deseo que los envolvía en cada rincón de su hogar.Pero aquel día, mientras Luciana se preparaba para la rutina diaria, algo diferente le llamó la atención. Se miró al espejo mientras se ponía el pantalón que había usado hacía unas semanas y, de repente, notó que ya no le quedaba bien. El tejido que antes se ajustaba perfectamente ahora le quedaba ajustado, demasiado ajustado. El vestido que se había puesto después le
Luciana se encontraba en la cocina, con las manos temblorosas, preparando la merienda para las gemelas. Ellas, como siempre, estaban inquietas, correteando por la casa mientras reían y jugaban con sus muñecas. Pero algo en el aire estaba distinto, algo que las pequeñas sin entenderlo, percibían. Luciana, con una sonrisa forzada, les pasó los platos con el yogurt y las frutas.—Aquí, mis amores, coman... —su voz se quebraba apenas terminaba la frase. Las gemelas, con sus ojos grandes y curiosos, no dejaron de mirarla con un leve rastro de inquietud.De repente, las niñas comenzaron a llorar al unísono, como si sus corazones sintieran la tensión que flotaba en la casa. Luciana las miró, y sin pensarlo, las abrazó, tomando a ambas en sus brazos. Las pequeñas, con su inocencia pura, solo pudieron decir:—Tranquila, mamá...El sonido de sus pequeñas voces, tan dulces y tan llenas de confianza, rompió algo dentro de Luciana. Aquella dulzura inesperada, el amor sin reservas, fue lo que la hi
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