Las telas que adornaban los muros de la casilla escondida entre la naturaleza a las afueras de la ciudad no se encontraban ya en su lugar: habían pasado a ser material para las prendas que Aymé misma confeccionaba a su medida. En los tres días que llevaba viviendo con ellos, su ánimo estaba un poco mejor a pesar de la monotonía de estar encerrada en casa a causa de la lluvia.
Suspiró, acomodándose mejor cerca de la ventana, dejando de lado el trozo de tela a media conversión a falda para centrar la vista en las gotas de lluvia que se mecían temblorosas en el marco.
— ¿Y ese suspiro? —Vlad se encontraba atento a la limpieza, tarareando una melodía dulce que interrumpió al escucharle suspirar.
— No es nada.
— Estabas pensando en alguien —una media sonrisa apareció en el rostro de ambos al instante—. Esos suspiros son los que vienen