35.
La lluvia continuaba cayendo con suavidad cuando Gavin se alejó unos pasos, dejando entre nosotros un rastro de aire helado que no tenía nada que ver con el clima. Lo observé marcharse bajo su paraguas negro, avanzando lentamente, como si cada paso le pesara más que el anterior. Y, aun así, no se detuvo. No se volvió.
Tragué saliva, apretando los labios para impedir que un sollozo escapara. Sentía el corazón latiendo en mi garganta, impaciente, desordenado, como si quisiera seguirlo. Pero mis pies no se movieron. No podía.
Tenía que terminar esto primero. Tenía que pensar en Mateo antes de pensar en mí misma.
Respiré hondo y me obligué a caminar hacia el apartamento. Cada gota de lluvia que caía sobre mis manos heladas parecía recordarme la mirada de Gavin, esa mezcla de tristeza, frustración y amor contenido que me había paralizado por completo. Había visto tantas veces su mirada decidida, su sonrisa confiada... pero esa expresión rota, dolida, vulnerable, me había abierto una grieta