No me gustan las despedidas

Tessa

Era un sueño hermoso.

Mi Nona estaba arreglando el jardín con un vestido vaporoso de color celeste y llevaba uno de esos sombreros de paja. Estaba realmente sonriente, de hecho creo que nunca la había visto tan feliz en mi vida.

Se movía como una experta entre las rosas y las margaritas, mientras quitaba las malas hierbas.

Me senté en el pórtico disfrutando del cielo azul, la briza cálida y las nubes que se movían lentamente como algodones de azúcar flotantes. Aquello era el paraíso, lo que siempre había soñado para mi abuela y para mí. Ella era lo más importante, ni siquiera tenía la obligación de cuidarme, pero aun así no lo pensó cuando llegó el momento. Era hora de devolverle algo de todo eso.

Bajé las escalerillas y ella alzó la vista sonriente, agitando su mano en forma de saludo.

Entonces…

El cielo se oscureció de pronto y los truenos lo desgarraron, abriéndolo a la mitad. La tierra comenzó a temblar, abriéndose por la mitad.

—¡Tessi! —Gritó mi Nona, extendiendo su mano hacia mí.

 Corrí desesperada hacia ella, estaba a punto de alcanzarla. Sin embargo en ese instante todo a mí alrededor comenzó a derrumbarse. El suelo se abrió  a sus pies tragándosela.   

—¡Nona! —Di un alarido de espanto, cuando mi campo de visión se oscureció con nubes humeantes.

Me hice un ovillo aterrada, y todo se convirtió en fragmentos a mí alrededor.

Sacudí la cabeza haciendo un esfuerzo enorme por abrir los ojos, necesitaba salir de la pesadilla.

No es que fuese pájaro de mal agüero, aunque para ser sincera solo tenía ese tipo de sueños cuando algo malo, tremendamente malo iba a pasar. Intenté quitar el pensamiento sobre cualquier catástrofe inminente que estuviese maquinando mi cabeza en ese momento, porque como Bianca decía, la mayoría de las veces, yo era la que salaba las cosas con mis malos augurios y toda esa porqueri@.

Puede que tuviese razón, además en ese momento no estaba para augurios, ni para nada.

La cabeza se me partía.

Finalmente después de un esfuerzo épico, logré abrirlos bizqueando. Miré la almohada, estaba cubierta de baba, mi baba para ser más exactos, todavía necesitaba un poco más de inconciencia, por lo que me acomodé con todas las intenciones de cubrirme la cabeza con otra almohada, pero entonces, me di cuenta de algo.

Ese no era el techo de mi habitación ni por asomo. Aquel era un techo blanco como la nieve, nada que ver al mohoso despertar que tenía cada mañana.

No se podía conseguir un sitio barato para vivir en una ciudad con millones de habitantes, sin hacer concesiones aterradoras como el techo mohoso, las cucarachas de la cocina, que a su vez era la sala y el comedor o la policía golpeándonos la puerta todas las semanas buscando alguna joyita que se les había escapado.

Me quedé muy quieta, esas sabanas tampoco eran mis sabanas.

Mi corazón se detuvo, ¿Dónde rayos estaba?

El resto de cerebro que me quedaba medianamente funcionando se apresuró a buscar una jodida respuesta que no fuese que la había cagado, de nuevo.

Fue cuando, con alivio recordé que claro que no estaba en mi cuarto, porque habíamos viajado con Bianca a las Vegas. Dejé escapar el aire aliviada. Hasta que recordé que tenía que estar en la sala de juego al medio día, ¿Qué hora era? ¿Por qué Bianco no me había sacado de la cama a los gritos?

Le di un vistazo rápido a la habitación y clave la vista en los ventanales de cristal, las cortinas de terciopelo, la alfombra de color arena.

Un momento, otra vez la desesperación se apoderó de mi sistema.

«Esa no era la habitación que rentamos y no solo eso». Ahogué un gemido, cuando noté un peso extra sobre mi cintura, aún estaba de costado, con la vista fija en el enorme ventanal con pesadas cortinas de terciopelo.

Alguien me estaba abrazando.

Con el pánico corriendo por la venas, miré hacia el otro lado de la cama y comprobé con espanto que no estaba sola, un hombre dormía a mi lado, con su brazo cruzando sobre mi cuerpo y una almohada cubriéndole el rostro. ¿Me había acostado con él?

Madre mía, había perdido la virginidad y ni siquiera sabía con quién.

No, sí que sabía, a juzgar por esa espalda enorme y como se dibujaban los músculos de sus brazos marcados, era el jodidamente sexy hombre que me había empapado el vestido antes de entrar al club. No sé si eso era consuelo, pero al menos podía ponerle rostro a quien finalmente me había desflorado después de tanto esquivar la bala.

Puse toda mi materia gris en recordar algo más. Casi que me comenzó a salir humo hasta que  comencé a recordar.

Habíamos bebido, mucho y luego…Ese beso. Ese beso que fue más que un beso, lo había sentido en cada célula, dejándome anhelando más, mucho más. Una ráfaga de calor intenso bajo por mi estómago, hasta alojarse en mi entrepierna, al recordar sus dedos jugueteando con el encaje de las bragas. No iba a engañarme, quería que me las arrancase.

«Mmm…Era una sucia, ¡basta de pensamientos lascivos sobre el sexy desconocido!». Además roncaba como un tronco con su brazo sobre mí, nadie que ronque así, se merecia mis fantasías.

Me levanté, con mucho cuidado de no hacer ruido, quitando su brazo y él se quejó, para luego darse la vuelta.

Aún tenía el vestido puesto, ¿eso era un alivio? ¿Seguiría siendo virgen? No tenía idea si uno se sentía diferente luego de follar por primera vez. Palpé sobre el vestido, también tenía las bragas puestas, era bueno, no haberlas perdido.

Tomé los zapatos y salí de la habitación en puntillas.

Recorrí el pasillo de la habitación de hotel, era del triple del tamaño del departamento donde vivía.

Genial, no solo era súper sexy, también estaba forrado. La distribución de dones era del asco.

Cuando llegué a la sala vi al amigo de Cameron, Rhys o ¿era Rhyan? Se encontraba frente a la enorme puerta de cristal que daba a una terraza con vista a la ciudad. No se veía tan espectacular como de noche, pero que aun así era impresionante.

—¿La pasaron bien, Tessi? —Se dio la vuelta y me miró con una enorme sonrisa, cómplice.

Mi cabeza hizo eco de su voz y lo sentí como si un tren hubiese arrasado con ella. Era oficial, tenía la peor resaca de mi vida.

Negué con la cabeza con una mueca de dolor.

—No me acuerdo de nada. —Lanzó una carcajada profunda.

—Ya, yo tampoco. Solo puedo decirte con total certeza de que hacía años que no veía a Cameron pacérsela tan bien, al menos hasta donde recuerdo. —Volvió su mirada hacia su café, pero nuevamente la alzó cuando carraspee.

—¿No sabes si Cameron y yo…? —Alzó las cejas con una expresión divertida.

—¿Follaron? —Un color casi granate se apoderó de mis mejillas. —La verdad es que como ya te dije no me acuerdo de mucho. Mi último recuerdo es que subieron al Vip tomados de las manos como dos tortolitos y comenzaron a tragarse justo frente a mí. Entonces, no soporté las náuseas y fui por más tragos. Allí es donde todo se volvió borroso. Sin embargo, estabas durmiendo con él, me imagino que no se pasaron toda la noche jugando al monopolio. No deberías avergonzarte por eso. —Me pasé la mano por el cabello. —O puede que sí. —Ladeo la cabeza con una expresión de sorpresa.

—¿Qué? —Le pregunté porque su mirada de desaprobación me estabas poniendo nerviosa.

—¿Estás comprometida? —Abrió la boca y dejó la taza sobre la mesita.

—Perdón, ¿cómo?

—Oh…¡Era tu despedida de soltera, pilluela! —Él ignoró mi pregunta y levantó el dedo acusador para señalar algo. Llevé la mirada hacia donde él tenía fija la atención: Mi mano, pero no era mi mano la que señalaba, era lo que se encontraba en ella.

Un pedrusco casi tan grande como el dedo. Era un anillo, y que anillo, incluso no entendía como no había notado. Con lo pesado que era. De oro con un diamante rosa que capturaba cada uno de los rayos que entraban por la puerta de cristal, dejándome media ciega.

«¡Carajo! ¿Me había robado un anillo?»

—Oh…Mmm…Yo… —No sabía que decir, no recordaba que había hecho la noche anterior, pero si de algo estaba segura era de que tenía que salir de allí cuanto antes. Soldado que huye sirve para otra batalla. —Yo tengo que irme. —Vi mi pequeño bolso sobre una silla y fui a por él.

Si lo había robado estaba en problemas, la policía seguramente me estaría buscando y si alguien me lo dio…¿Quién me iba a dar semejante joya?

—¿No quieres que te lleve a algún sitio? —Era algo que me vendría de perlas, pero considerando la situación. ¡Ni de coña!

—Estaré bien, — le dije encaminándome a la puerta. —Muchas gracias por…—¿Los tragos? ¿Los besos? ¿Mi desfloramiento? «Vamos Tessi que el chico no tiene la culpa de que fueses tan tontita como para tomarte hasta el agua de los floreros». —Por todo, nos vemos luego o quizás no. —Abrí la puerta.

—Espera. —Me llamó, antes de que saliera de la habitación. —¿No quieres dejarle tu número a Cameron? Creo que entre ustedes definitivamente había algo, solo por si las cosas no funcionan con tu prometido.

—No puedo hacer eso. —Crucé el lumbral.

—¿Es por su padre? —Insistió. —Sí ese es el motivo, te aseguro que no es como él. —No podía seguir perdiendo tiempo tenía que llegar a mi hotel, pero primero necesitaba saber dónde rayos estaba.

—Realmente no sé quién es su padre, tampoco me interesa. Lo que sea que haya sucedido fue cuestión de una noche, ya terminó. La carroza se transformó en calabaza y todo lo demás. Es obvio que somos de mundos muy diferentes. —Me coloqué los zapatos sosteniéndome del marco de la puerta. —Mira está habitación. —Señale con el zapato que aún tenía en la mano el interior. —Aquí cabría dos veces el departamento donde vivo. Además te aseguro de que ni siquiera me recordara.

—Si lo hará y le va a molestar que te hayas ido sin despedirte.

´

Suspiré, ni a mí me gustaba. Sin embargo, tenía problemas más graves que resolver o el sueño se haría realidad.

—Pues lo siento, no me gustan las despedidas. —Tomé el pomo de la puerta para tirar de él y cerrar la puerta, dejando a mi amigo de juerga de una pieza.

Necesitaba sentarme en esa mesa para el medio día, aunque primero lo primero descubrir donde rayos estaba, como llegaría hasta mi hotel y a quien le robé ese costoso anillo.

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