Maxime
19h. Café Montmartre.
Llegué diez minutos antes, incapaz de esperar más tiempo. El lugar es discreto, un poco apartado, perfecto para una conversación sin miradas indiscretas. Elijo una mesa en el fondo, lejos de las ventanas, y pido un café negro.
Mis dedos golpean nerviosamente contra la porcelana de la taza. Mi mirada no deja de desviarse hacia la puerta. Cada silueta que pasa me hace estremecer.
Luego, ella entra.
Léa.
Lleva un abrigo beige ceñido a la cintura, su cabello suelto cae en cascada sobre sus hombros. Su mirada barre la habitación antes de posarse en mí. Un segundo de duda. Luego, lentamente, se acerca.
Mi corazón golpea contra mi pecho.
— Hola, dice al sentarse frente a mí, quitándose el abrigo con una lentitud medida.
— Hola.
Su mirada está cerrada, desconfiada. Pero ella está aquí. Y eso ya es enorme.
Un camarero viene a tomar su pedido. Un té. Léa nunca toma café después de las 18h. Lo sé.
El silencio se instala entre nosotros, pesado. Ella lo rompe primero.