La misma situación ocurrió esa noche. Podría haber limpiado y vendado la herida primero, pero él insistió en ir al hospital con ellos. ¡Habría sido mejor dejarlo morir desangrado!
Pero Emiliano frunció aún el ceño y preguntó: —¿Por qué te echaría la culpa?
—¡Cállate! —gritó Juliana.
Ella lo interrum